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La última caída del Gordo y el Flaco

larazon

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La esencia monda y lironda del trabajo de actor la extrajo Spencer Tracy en una frase gloriosa por antirretórica: «Basta con saberse el papel y no tropezar con los muebles». ¡Y al diablo con el Método! Sin embargo, en el caso de Lauren y Hardy, conocidos como el Gordo y el Flaco en España, la sentencia bien puede subvertirse: lo importante era tropezar con los muebles. O con lo que sea. Forzar el gafe de los protagonistas hasta arrancar la carcajada. Ya fuera con una caja de música deslizándose por unas escaleras como encendiéndose el pulgar para echar una caladas. Esa es la base del «slapstick», la comedia de golpe y porrazo, cuya dinamita principal es el cuerpo humano y su capacidad de exposición al dolor, la contorsión o la reacción ante los objetos. Todavía hoy, este género de origen bufonesco sigue siendo un puntal de la comedia. Es increíble cómo después de los millones de años de evolución humana o de un siglo de cine, si se quiere, algo tan básico como caerse de culo al romper una silla sigue arrancándonos la sonrisa. Lo que nos hace reír es, al cabo, la exageración de un gesto cotidiano, como estaba ya apuntado en «El regador regado» (1885) de los Lumière. El Gordo y el Flaco fue el dúo por antonomasia del «slapstick» durante los años 30 –del mudo al sonoro–, antes de Abbott y Costello, Dean Martin y Jerry Lewis. Solo individuos tan carismáticos como Charles Chaplin y Buster Keaton (uno por su profundidad social, el otro por su inmutabilidad legendaria) o los hermanos Marx, que llenaron sus guiones de vitriolo, podrían estar por encima de Stan y Ollie, como también se les conocía a estos dos contra-dandys a los que, a pesar del sombrero hongo y las buenas maneras, todo les salía del modo menos elegante posible. Eso sí, nunca perdían la esperanza. El optimismo es la seña principal del Gordo y el Flaco. En sus cortos y en sus largos, hay muchas menos carga de melancolía que en una sola mirada de Charlot a cámara. Pero eso no quiere decir que Stan Laurel y Olivier Hardy no tuvieran otra máscara más allá de la del payaso. Una vez quitada ésta, quedaba la que no se despega: la realidad. En ella pretende escarbar una película de la que pudimos ver ayer un avance y que en Estados Unidos viene apuntando a Oscar de alguna manera, probablemente a través de su dúo actoral: John C. Reilly y Steve Coogan. Se trata de «Stan&Ollie», que se estrena en marzo en España y que narra la última gira de la pareja cómica por teatros del Reino Unidos una vez su estrella cinematográfica se ha eclipsado y su carrera apunta hacia el fin. Al igual que es inevitable la risa ante el dolor (de leve a moderado) ajeno, también es una necesidad humana la de desmaquillar al payaso, verlo llorar a cara desnuda. Incluso con los incorregibles optimistas Laurel y Hardy, acostumbrados a llevarse por delante todos los muebles de la sala. O al mismo Spencer Tracy si le da por pasar.