Lawrence en technicolor
El filme rodado en 1966 por David Lean soslaya los hechos reales para centrarse en aspectos más exóticos
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La diferencia entre Lawrence de Arabia, creado por el guionista Roberto Bolt para el filme de David Lean, y Thomas Edward Lawrence es el mesianismo del mito creado con el personaje interpretado por Peter O’Toole. Desde el inicio, el personaje de Lawrence se presenta como un ser enigmático, masoquista, insubordinado y terco, dispuesto a encontrar en la misión de informador que le han encomendado un sentido profundo a su vida. Y ese yo exótico lo encuentra en el desierto. El autor de «Los siete pilares de la sabiduría» fue un intelectual formado en la arqueología y un fino observador de la cultura de los países árabes de Oriente Medio al haber viajado por Palestina, Libia y Siria para recoger material para su tesis sobre la arquitectura militar de las Cruzadas y participado en las excavaciones del yacimiento hitita de Karkemish, a orillas del Éufrates. Fue allí donde se enamoró de Ahmed Dahoun, un peón que trabajaba en el yacimiento. En 1914 fue trasladado a El Cairo al Servicio de Inteligencia Militar para trabajar en la estrategia política de la zona de cara a un levantamiento popular de las tribus árabes, no sin antes intentar realizar una misión secreta para sobornar con un millón de libras al comandante de las fuerzas turcas Jalil Pachá para que levantara el sitio de Kut al-Amara, en Iraq, donde estaban atrapadas las tropas británicas, sin éxito. En 1916 fue enviado al campamento de Faysal, con quien coincidió en la necesidad de organizar una guerra de guerrillas para establecerse un Estado árabe independiente con capital en Damasco. A partir de este episodio, Lawrence pretende mostrar más que al estratega militar, conocedor del plan secreto de repartirse Turquía y el Oriente Medio entre Francia y Gran Bretaña, a un iluminado dispuesto a dar la espalda a su país y comandar las escasas fuerzas de Faysal a la conquista de Aqaba.
Lo cierto es que Lord Kitchener pensaba que una rebelión de los árabes contra los turcos permitiría que Inglaterra, sin dejar de luchar contra Alemania, pudiera derrotar al mismo tiempo a Turquía. Esa fue la misión encomendada a T.E. Lawrence, como explica en su biografía: «Fui enviado a estos árabes como un extraño, incapaz de imaginar sus pensamientos o suscribir sus creencias, pero encargado del deber de conducirlos y desarrollar al máximo cualquier movimiento suyo que pudiera ser provechoso para Inglaterra en la marcha de la guerra». En el filme, es el desierto, en su inmensa belleza, el que opera la transformación del personaje, indomable, terco y masoquista, en un héroe carismático para los árabes mediante una iluminación que acaba por creerse un nuevo Moisés. La escena en la que Lawrence, frente al fatalismo árabe de Sherif Ali, le dice que «nada está escrito» tiene un sentido oracular, que refuerza la respuesta premonitoria de Alí sobre su destino de héroe épico: «Para ciertos hombres nada hay escrito si ellos no lo escriben».
El Lawrence fílmico asume como un Mesías su destino desde ese momento. Ali quema sus ropas militares y le ofrece un atuendo árabe blanco que uniformiza al héroe como al profeta que trae la buena nueva que conducirá a sus tribus a la conquista de Aqaba. Sin embargo, Lawrence cuenta que, antes de la guerra, en Siria, ya se había acostumbrado al atuendo árabe «sin ninguna extrañeza», cosa que contradice la secuencia en la que Lawrence se pavonea haciendo volar la capa blanca, seguida de la escena en la que, tras conquistar el tren turco, se exhibe corriendo sobre los techos de los vagones arengando a los árabes. Señal de que el mito toma la forma profética de un ángel bellísimo. La música de Maurice Jarre refuerza con su famosa melodía la escena. En su biografía, T. E. Lawrence «intenta dar cuenta racional de dicha campaña, de modo que todo el mundo pueda ver lo natural e inevitable de su éxito, y cuán poco dependía éste de una dirección consciente y calculada, y menos aún de la ayuda exterior de unos pocos británicos». En cuanto a su participación en los hechos, sugiere que fueron «de tipo menor, si bien, debido a mi pluma fácil, mi libertad de palabra, y una cierta agudeza mental llegué a ocupar, tal como describo, una cierta y burlona primacía». Según sus palabras nunca ocupó cargo alguno entre los árabes y jamás estuvo al frente de la misión británica que actuaba con ellos. Si estas palabras figuran en la introducción a «Los siete pilares de la sabiduría», fuente principal de donde Robert Bolt extrajo los datos para escribir el guión del filme, es evidente que las intenciones de éste y de David Lean eran ensalzar la figura mítica del estratega inglés, muy popular gracias a las fotos y reportajes sensacionalistas del periodista Lowell Thomas, soslayando cuanto restara al controvertido personaje el aura de héroe legendario, construido para ganar la guerra. Como también es cierto que «esta vida de yahoo», escribe, le supuso una escisión, pues «el esfuerzo por vivir y vestir como los árabes, e imitar sus fundamentos mentales me despojó de mi yo inglés, y me permitió observarme y observar a Occidente con otros ojos», para finalizar diciendo: «Todo era pura afectación».
Aquí aparece el antropólogo sagaz que fue T.E. Lawrence, escindido por su conflicto de identidades, que llevó a sumirle en la locura, aspecto que el filme muestra en la traumática escena en la que es martirizado y violado por el militar turco. Es aquí donde la biografía y su reflejo fílmico coinciden para mostrar el lado oscuro de esta persona con una identidad confusa, a causa de su nacimiento, megalómano y exhibicionista, cuya mistificación tiene todavía el aura romántica del aventurero inglés que fue Lord Byron.