Libros y películas
Como niño y adolescente, lector y cinéfilo, pensaba que el cine gozaba de una maravillosa cantera de inspiración en la literatura narrativa dada la inmensa mayoría de filmes que lo demostraban. Libros y películas iban de la mano, no solo novelas, sino dramas y comedias. Incluso se puede decir que la mejor escritura narrativa cambió con la manifestación del cine. Cosa que ha resaltado Darío Villanueva en más de una ocasión. Carlos del Valle-Inclán, ya marqués de Bradomín, me contó que durante un tiempo él y su hermana Mariquiña acompañaban a su padre todas las noches a ver cine. La narrativa valleinclanesca se ha nutrido en grande de la mecánica iconográfica y de la movilidad visionaria del séptimo arte. La literatura de Valle-Inclán emula la dinámica imaginativa de un Orson Welles. Un ojo que divaga por los más enrevesados entresijos, por donde se cuela la observación más afilada del narrador cinematográfico. Valle era, además, un gran entendido en pintura, defensor de Solana y Romero de Torres. Nada tan sugerente como el comienzo de un capítulo de su Ruedo Ibérico:
-¡Guau, guau!
-¿Quién va?
-Gente de paz.
-¡Guau, guau!
-Calla, Pachín.
Vemos imaginariamente lo que no vemos: la noche, la garita del guarda, el oscuro espacio que envuelve al lector, una subjetividad cinética, el cine de la memoria estética de todo lector mínimamente cultivado. «Por el achorizado pasillo repicaba el campanillote de la puerta». Otra fuerte sugerencia plástica. Pronto, imaginamos el achorizado pasillo, como en un impacto cinematográfico. Auditivamente, también. El «campanillote» se distingue por un sonido roto, impertinente y desagradable. Esto es literatura y espectáculo. O escritura plástica. Desde el principio, todos hemos tenido en el cerebro un relato cinematográfico espontáneo que despierta al cine de nuestra imaginación, la plástica del ensueño, la célula que da cuerpo a los recuerdos. Tanto el cine como la literatura de ficción buscan lo mismo: la corporeidad del recuerdo, la materialidad de los sueños. Por eso, la literatura de ficción, los libros, no pueden separarse en absoluto de nuestro relato fílmico subjetivo, la imaginaria representación del mundo. Yo poseo una gran colección de melodramas románticos, de los que ha echado mano la industria y el negocio cinematográfico. Dicha apropiación ha producido obras maestras, de todos conocidas, entre las que prefiero las obtenidas por David Lean, en su «Grandes esperanzas», de Dickens, y su «Doctor Zhivago», de Pasternak. De una asombrosa fidelidad ambiental. Pura literatura y puro cine. No podemos pedirle mayor milagro técnico y artístico a la civilización.