Aquella excéntrica época victoriana
Hay novelas que nacen con vocación de filigrana. Que avanzan narrativamente con delicadeza, como quien va construyendo un reloj de precisión. Así ha concebido Natasha Pulley su primera novela, «El relojero de Filigree Street», sin preocuparse si se atiene a las convenciones del genero de intriga o lo sobrepasa invadiendo la novela nostálgica de la Inglaterra victoriana con toques ligeros de «steampunk». Las referencias a los ingenios mecánicos, la llegada de la luz y el metro subterráneo a Londres tienen la función de decorar el relato. Lo mismo que el empirismo ilusionante que se mezcla poéticamente con el mundo mágico de Lewis Carroll para conformar la cara extravagante de la era victoriana. Un ejemplo sería la recreación de Sherlock Holmes realizada por Guy Ritchie, pasado por cierto humor inglés que tuvo en el Chesterton de «El hombre que fue jueves» y el cine de los estudios Ealing sus mejores referentes.
Género gótico
Mezclar de forma elegante lo extraño con lo familiar pertenece al campo de la novela gótica actual, en la que el romance se desplaza con naturalidad de un campo al otro, dejando en el aire múltiples interpretaciones. Algunas de orden fantástico, como el personaje del relojero japonés Mori, con sus extraordinarios artilugios mecánicos y su clarividencia para leer el futuro.
Resulta obligatorio hacer referencia a otra novela que mezcla con la misma naturalidad realista la novela histórica victoriana con la fantasía: «Los viajeros de la noche», de Helene Wecker. En ambas, se parte de la vuelta de tuerca posmoderna de lo familiar convertido en extraño de Freud por lo extraño vuelto familiar. Eso le permite a Natasha Pulley narrar desde una posición lírica, sin renunciar a los pasajes realistas, cotidianos y familiares, combinados con fugaces intromisiones en un mundo mágico que es el que acaba determinando el relato. Como el cuento de hadas Hansel y Gretel actualizado.
El problema de «El relojero de Filigree Street» es su extensión. El exceso introductorio. Las vueltas y revueltas que da la escritora para presentar a los personajes y relatos paralelos con una parsimonia que primero despista y luego aburre. No se sabe muy bien a dónde quiere llegar ni qué pretende contar, ni en que registro quiere desarrollar la acción principal. Se diría que hay demasiados novelas en ésta compitiendo por destacar sin encontrar la síntesis narrativa que haga de los relatos uno sólido y orgánico. No hay que desdeñar el juego poético, entre ciencia y clarividencia, que rodea las relaciones del trío protagonista, con la represión sexual victoriana, que se deja ver en estos amores discretos entre los protagonistas masculinos y la emancipación femenina. «Pequeña pedante –dice Matsumoto a Grace–. Tu ciencia tal vez pueda salvar la vida de un hombre, pero la imaginación hace que merezca la pena vivir».
Lo más logrado es la atmósfera de irrealidad del Londres victoriano y ese pulpo mecánico de vapor que metaforiza las delicadas relaciones amorosas de Thaniel y Mori. Este pasaje lo sintetiza: «Mientras se separaban miró atrás. Mori ya había desaparecido en la neblina, por lo que no había nada que le demostrara que lo ocurrido era real salvo el peso del juguete en el bolsillo».