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Así fue el auténtico Cardenal Cisneros

larazon

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La Fundación Juan March se ha propuesto exhumar las biografías de algunos españoles ilustres. Para ello cuenta con el soporte en papel de la editorial Taurus. La luz que alumbra el itinerario son las [sabias] recomendaciones de García Cárcel y Fusi. Vengo a ocuparme ahora de una de esas vidas reescritas. El autor es Joseph Pérez; el personaje, el Cardenal Cisneros. Desde luego, la invitación para sumergirse en la lectura de estas páginas no es vulgar: es exquisita. Desde siempre se dedicó a la enseñanza del español y, andando el tiempo, se convirtió en uno de los más importantes y rigurosos historiadores de España. Aún es celebrada su «Tesis de Estado» (de 1970), la monumental «La Revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521)». Aunque se le tenga por un gran especialista del siglo XVI, pues así lo atestiguan sus obras sobre Isabel y Fernando, o sobre los Reyes Católicos, sus estudios sobre Carlos V, el primer humanismo (y la introducción a la Europa que a sí mismo se destruye de Andrés Laguna es un texto clave, o sus opiniones sobre Erasmo –que a su manera, recuerdan a Zweig–, o lo dedicado a fray Luis, etc.), o sobre Felipe II, la persona y la época, no menos trascendentales son sus escritos sobre la Inquisición, o el mundo judeoconverso. Ahora bien, últimamente se puede disfrutar de sus escritos sobre Ilustración y Emancipación, o sobre Santa Teresa y ahora Cisneros.
El poder y la gloria
Joseph Pérez dedica 280 páginas de texto corrido más ¡589! notas a pie de página para ir desenredando la madeja que se ha ido tejiendo alrededor de Cisneros a lo largo de la Historia. Él siempre ha atraído. Acaso hoy tengamos la obligación de leer este libro porque nos cuenta cómo se forja, actúa, fenece y deja huella un hombre de Estado, no un político. En su exhaustiva obra, que no quiere que sea una biografía sino un estudio de la acción pública, Jo-seph Pérez nos propone a un Cisneros que va transfigurándose desde unos años oscuros (desde aproximadamente 1436 en adelante, hasta 1495, con la conversión de 1484), hasta que logra por ofrecimiento, el poder y la gloria (1495-1517). Hasta ahí la primera parte de este libro. Luego, se nos ofrece la segunda parte, la del Cisneros estadista, que fue político, pragmático economista, diplomático. La tercera parte está destinada a explicar (¡¿quién mejor que Joseph Pérez?!) a aquel Cisneros defensor de la fe, con los dos mayores instrumentos a su alcance, la Inquisición..., pero también la reformación. Cierra el libro un vibrante estudio del protagonista y su fama póstuma porque los historiadores debemos saber escudriñar en la vida del pasado, pero saber por qué ese pasado ha interesado, es decir, debemos saber analizar la fama de los fenómenos, los sucesos, o los personajes que nos despiertan interés. Debo resaltar el uso permanente que hace de la biografía latina, no de la traducción de Alvar Gómez de Castro sobre el Cardenal.
La obra que comento no es pues, una biografía sin más, o de nuevo cuño (¡afortunadamente no es una novela porque Joseph Pérez no lo necesita!), sino que es un estudio –perfectamente escrito– sobre el alma, la ambición, el diseño de un Estado, su funcionamiento, o el perfeccionamiento de la vida religiosa, que entonces no sólo salvaba almas, sino que cuidaba de los cuerpos por aquí.
Destacan en todos los apartados el equilibrio en el número de páginas, la experiencia y ponderación de las opiniones del autor y la claridad de sus aseveraciones. Cuántas veces es el avezado historiador quien finamente aclara, o dibuja con suavidad los contornos de una polémica. Se ve, por ejemplo, cuando habla de Fernando el Católico haciendo política en Castilla, cuando habla de humanismo o Alcalá, de herejía e Inquisición, en la expedición a Orán y su ambiente, en el ideario del Cardenal. De hecho, Joseph Pérez demuestra cómo siendo hombre de su tiempo Cisneros no es antisemita; denuesta la religión de Mahoma, pero respeta la Medicina árabe; concibe la invasión del 711 como una terrible quiebra en la línea histórica natural de España, que debería haber sido sólo romana, gótica y cristiana; fue un creyente altamente imbuido por ideales contemplativos, pero también marcado por la necesidad de enseñar, de que el pueblo menudo aprendiera de todo lo que le fuera a ser provechoso; tuvo grandes similitudes con Savonarola.
Y con sus mismísimas palabras que sintetizan lo que no puedo llegar a expresar mejor que él cierro estas líneas: de haber podido educar a Carlos I, el curso de la Historia de España habría sido otro, pero «No fue así. Desgraciadamente para España», dos frases para la reflexión... ¿y la inquietud intelectual? No creo que este libro sobre Cisneros que firma Joseph Pérez pueda entenderse en su totalidad –por dejar caer una cita erudita– en este año teresiano sin continuarlo con la lectura de su «Teresa de Ávila» y la «España de su tiempo» (Algaba, 2007).