Calvario dignificador
El folletín es como ese río caudaloso que fluye sin cesar y sólo se manifiesta cuando se desborda. El romance ingenuo y sentimental es un género estable, imprescindible en la cultura popular: héroe abandonado de niño, naufragios y piratas, amores contrariados, dificultados sin cuento y aventuras sin fin hasta el final feliz de los amantes extrañados por las desventura.
Con el romanticismo, dos novelas fijan la tipología y estereotipos que se repetirán incansablemente hasta la actualidad: la fatalidad y la venganza de «El conde de Montecristo», de Alejandro Dumas, y «Los miserables», de Victor Hugo. En este tipo de romances sentimentales, como evidencian «La catedral del mar» y, su continuación, «Los herederos de la tierra», la recombinación de los estilemas se realizan de forma tan fluida que siguen resultando de una eficacia narrativa extraordinaria.
A Ildefonso Falcones se le cataloga indistintamente como un novelista sublime, creador de personajes impactantes y aventuras insólitas, como su contrario: autor de relatos folletinescos y estereotipos tan manidos que resultan inexistentes. Ambos tienen razón. Las novelas de Falcones forman parte de ese río oculto que sigue suministrando relatos de aventuras, repletas de personajes dolientes que se rebelan con poca fortuna contra un mundo injusto y mezquino, pero cuyo infortunio hace del protagonista un héroe dignificado por su calvario. Ahí están Jean Valjean y el conde de Montecristo para certificarlo con los infortunios de la virtud.
Que el relato de Falcones se estructure como una novela histórica al uso, es decir, como un relato romántico que resalta las virtudes nacionalistas –en este caso, tópicos historicistas del catalanismo– ilustra de forma elocuente ese mundo cruel en el que nadie respeta los derechos humanos y todos, excepto el bondadoso héroe, se rebelan contra un medievo carente de los valores actuales. Lo que procuran al lector el lenitivo de sufrir con el héroe sin tener que padecer su calvario. Ésa es la función de las narraciones, revivir vicariamente las desventuras del héroe y disfrutar de sus victorias morales.
Héroe popular
El protagonista de «Los herederos de la tierra» se presenta como una alegoría didáctica del espíritu catalán de clase media: trabajador y honrado, que se proyecta en el pasado para que reverbere en el presente como el héroe de una gesta histórica popular. Su peregrinaje, entre el dolor y la dignidad del resistente, es la metáfora de la construcción imaginaria de un relato nacionalista, cuyos componentes constitutivos son la emocionalidad y la resistencia a un enemigo irracional que se interpone entre el protagonista y su deseo de autonomía vital, mediante la construcción de un yo moderno en una Edad Media de ropería.
Igual que el género del romance se impone al escritor, Falcones reescribe la historia sin conciencia de estar legitimando con sus tópicos la ideología dominante de una Cataluña ajena a la Corona de Aragón y a la Reconquista. El resto es una mezcla de erudición libresca y aventuras que enganchan al lector de cualquier adscripción gracias a los clichés emocionales y las dosis de violencia y sexualidad que el romance procura desde la novela griega y bizantina hasta su renovación romántica.
Que «Los herederos de la tierra» enganche es su mayor virtud. Síntoma de que la narración aventurera y la polarización entre el bien, el héroe maltratado por el destino, y el mal triunfante hasta el final del relato, sigue concitando adhesiones desde el siglo II d.C.