Carta a mi padre que no volverá
Raras veces tenemos la oportunidad de leer algo tan profundamente íntimo, hasta un punto tal, que uno llega a sentirse un maldito intruso que espía la conversación entre una hija y su amado padre. Es éste un texto de corto aliento. Apenas cien páginas de interminable susurro que ha gritado en papel después de décadas conteniendo las lágrimas. Nos habla de los campos de concentración pero sin hablarnos de ellos en tanto que presupone al lector versado en el irracional Holocausto. El 13 de abril de 1943, cuando contaba quince años, fue deportada junto a su padre, en el mismo convoy que Simone Weil. Él iría a Auschwitz; ella, a Birkenau. Aunque los historiadores han unido ambos campos de exterminio con un simple guión y el tiempo ha borrado lo mucho que les separaba, en la memoria de la niña queda impresa de forma indeleble una frase: «Tú volverás porque eres joven, pero yo no regresaré»... Esa profecía (autocumplida o realista) es el faro sin mar de estas páginas.
Aquel delirio de la Alemania nazi se llevó a su padre y a cuarenta miembros de su familia, pero también arrasó su infancia, su cuerpo, su privacidad... Pese a todo, o precisamente por ello, la niña que nunca volvió del horror porque ha pasado su existencia con aquel campo en la cabeza honra al padre, de un modo tal, que sólo otro poeta superviviente como Sankichi Tôge podría resumir: «Devuélveme a mi padre. Devuélveme a mi madre. Devuélveme a mis mayores... Devuélveme a mí mismo». Brutal.