Chantal Delsol, la mujer que defiende lo indefendible
Chantal Delsol. Directora del Institudo Hannah Arendt.. «Syriza sabía que no tendrían concesiones; había algo de falsedad». Desde Francia, la intelectual sorprende con su nuevo ensayo en el que defiende un populismo que, en ocasiones, llega a chocar con las ideas base de la institución que dirige
Desde Francia, la intelectual sorprende con su nuevo ensayo en el que defiende un populismo que, en ocasiones, llega a chocar con las ideas base de la institución que dirige
Con el ascenso de Syriza, el Frente Nacional o Podemos, el término populismo ha saltado al plano mediático en Europa. Controvertido concepto que se ha convertido en un arma arrojadiza contra las corrientes de pensamiento alejadas del discurso de las élites y escenario ante el que Chantal Delsol, directora del Instituto Hannah Arendt y reputada intelectual francesa, presenta su ensayo «Populismo, una defensa de lo indefendible» (Ariel). Un recorrido por la historia de un concepto más de actualidad que nunca; una radiografía de una Europa enferma, poco plural y poco democrática.
–El populismo es, para usted, un insulto, una descalificación contra los partidos que mantienen un discurso diferente al de las élites. Más allá de esta concepción, ¿Qué significa?
–Es un concepto histórico. Ya aparece en el siglo XIX en Estados Unidos y Rusia; entonces no era un insulto, sino un término para designar a partidos políticos concretos. Sin embargo, a día de hoy, no queda nada de esta percepción. El populismo es un insulto. No hay nada de positivo en este término y, en ningún caso podemos hablar de un concepto político. Simplemente se trata de una injuria para desacreditar a ciertas corrientes de pensamiento. Hay que recordar que el término «populista» nunca ha sido reivindicado por los actores que son acusados de serlo; sólo son llamados así por sus adversarios.
–Y para usted los principales enemigos de la democracia son los demagogos, pero ¿se puede llegar a confundir demagogia y populismo?
–La primera ya era considerada hace más de 2.500 años como un estado de perversión, una voluntad para pervertir la democracia, que como establece su propia definición, cede el poder al ciudadano y éste busca el bien común frente al bien individual. Y la demagogia consiste en alabar los deseos particulares, es absolutamente contraria a la democracia. El populismo, por su parte, representa a un pueblo que rechaza los deseos de emancipación de las élites. Alguien populista no tiene por qué caer en la demagogia. Si tachamos a un partido de demagogo es para tratar de desacreditarle sin argumentos. Por ejemplo, en Francia, no se puede tildar a los miembros y partidarios del Frente Nacional (FN) de demagogos. No lo son: no rechazan pagar sus impuestos o combatir por Francia, más bien todo lo contrario, se precipitarían por defender su país. Sus votantes son personas con valores de arraigo, buscan el bien común. Un demagogo prefiere proteger sus confort particular frente a estos valores.
–Asegura que «es normal que una democracia luche (...) contra la demagogia, contra su plaga mortífera». ¿Cómo?
–La única solución es el diálogo, establecer un debate para echar abajo los argumentos demagógicos. En un país donde prevalece el bien común, todo ello no puede tener un largo recorrido; los ciudadanos no son individualistas. Cuando no se toma en serio el bien común, es fácil caer en la demagogia y, entonces, la democracia tiene los días contados. Para hacerle frente, el bien común debe ser un valor fuerte, arraigado en la sociedad.
–Acusa a las élites de utilizar el término «populismo» para desacreditar a algunas formaciones, ¿tienen miedo del éxito de estos partidos?
–Claro que lo tienen, se trata de partidos que, entre comillas, les obligarían a dar un paso atrás, retroceder. En un sistema donde el progreso es un valor supremo, esto suscita cierto miedo. La cuestión no es si se va a retroceder o avanzar; todo depende del momento en el que estamos, de si hay o no un equilibrio, de la voluntad del pueblo.
–Podemos, Syriza o el Frente Nacional han sido acusados de «populistas». ¿Tienen algo en común estas formaciones?
–No sé si Syriza ha sido calificado como tal, al menos no por todo el mundo. Los partidos de extrema izquierda no suelen ser englobados en este concepto. El Frente Nacional, Podemos o Syriza, todos tienen puntos en común: son partidos que quieren recuperar la esencia popular. Representan el deseo de un pueblo de regresar al escenario político, exactamente lo que reclamaba Orwell. Puedes ser de izquierdas o de derechas y querer cambiar la realidad política.
–Syriza, con un discurso diferente al de las élites, consiguió llegar hasta las instituciones europeas, sin embargo poco queda de su esencia original, de su propia soberanía...
–No entendí por qué no llegó hasta el final, quizás porque sabía desde el principio que Europa no iba a hacer ninguna concesión... Había algo de falso en este movimiento. Finalmente Europa no ha hecho ninguna concesión y Syriza sí. Quizás no conozca demasiado bien el caso de Syriza, pero parece que aquí ha habido algo de fraude.
–«La acusación de populismo (...) da cuenta de la reticencia de la opinión dominante a la hora de aceptar (...) una verdadera democracia en el espacio europeo». ¿Es posible hablar de democracia y pluralismo en la Unión Europea?
–De ninguna manera podemos hablar de democracia en la Unión Europea. Sus gobernantes no son realmente elegidos por el pueblo. El Parlamento Europeo, donde finalmente se decide, no está formado por verdaderos políticos, muchas veces son, incluso, administradores. No sólo no hay democracia, tampoco hay políticos como tal, es una tragedia griega... Son administradores, gestores, no políticos. Tampoco podemos hablar de pluralismo a nivel europeo, hay un discurso políticamente correcto muy fuerte, hay unas pocas ideas permitidas y defendidas, eso es todo.
–¿Es la homogeneidad de pensamiento el futuro de la Unión Europea?
–Creo que, aún sin estar conceptualizado, es así. Se impondrá una ideología, pero no creo que se trate de un complot.
–Escribe que «(...) los populismos europeos no reivindican la supresión de la democracia, ni la amenazan cuando llegan al poder (...) Lo que reclaman es una alternativa, un debate (...), la recepción de opiniones contrarias». ¿Es posible integrar discursos extremistas en la democracia actual?
–Se trata de un problema muy importante y muy complejo, no es posible responder de manera general. No es una tragedia, como el caso griego, es un asunto en manos del pueblo. La sociedad debe tomar la decisión de prohibir un partido, tanto de extrema derecha o de extrema izquierda, si lo considera peligroso. Si se trata de formaciones que, una vez en el poder, derribarían el sistema democrático. Se han dado casos a lo largo de la historia, en Alemania se prohibió el partido nazi y en Estados Unidos pasó algo parecido con el partido comunista. En ambos casos fue una decisión del pueblo. Entiendo que, en diferentes momentos de la Historia, se prohíba la existencia de partidos considerados «antidemocráticos», siempre y cuando sea una decisión de la propia sociedad. Sin embargo, permitir la existencia de una formación política para luego desacreditarla es hipócrita y síntoma de un falso pluralismo.
–Usted habla de «emancipación» y de «arraigo», valores asociados a la izquierda y a la derecha, como conceptos bien diferentes y opuestos. ¿No es posible combinar ambos?
–No podemos mezclarlos, son dos valores diferentes, con procesos de incubación distintos. Pero podemos tratar de encontrar un equilibrio; sin duda, como humanos necesitamos ambos valores. La democracia, en su esencia, fue creada para encontrar la armonía entre la emancipación y el arraigo; si la democracia esta enferma es porque a día de hoy no hay ningún equilibrio. Es necesaria una búsqueda, un debate, es imprescindible debatir y escuchar al otro. Sin embargo, no existe ningún debate en torno a este tema, la única prioridad es correr tras el máximo de libertad individual.
–¿Se puede defender la identidad y el arraigo en Europa?
–Somos humanos, occidentales, europeos, franceses, bretones... La identidad no es un problema si sus valores no se contraponen. Es ridículo que podamos ser europeos y no franceses y europeos. Todos tenemos unas raíces; el populismo recupera este arraigo, reclama la identidad, los lugares donde están enterrados nuestros familiares, donde hemos crecido, lo que conocemos. Es humano, no somos personas descarnadas
Un gobierno de personas «anónimas»
En su cita con LA RAZÓN, Delsol afirma que buena parte del ascenso de los llamados partidos «populistas» como Syriza, Podemos o el Frente Nacional se debe a la distancia. A la brecha que se ha abierto entre la élite y el pueblo, entre gobernantes y ciudadanos. «Europa está controlada por personas lejanas, plagada de tecnócratas completamente anónimos que nadie conoce. Tenemos la impresión de no saber quién ni cómo nos gobierna. Todo esto es incomprensible para los ciudadanos; el pueblo necesita representantes más cercanos, aquí aparece el sentimiento de arraigo, incluso patriota... En esta tesitura, la sociedad busca conceptos más reales».
El «populacho» de Arendt
Sin pronunciar el término «populismo», Hannah Arendt, la filósofa alemana–después estadounidense– que da nombre a la institución que dirige Chantal Delsol, incorporó en los debates el concepto de «populacho». Una categoría que surgía del pueblo, pero que se nutría de los «residuos de todas las clases sociales. (...) Que gritará siempre a favor del hombre fuerte, del gran líder». Con lo que derivaba en que cuando el populacho adquiere peso en el panorama social y político, automáticamente, se está reflejando una pérdida de calidad en la discusión. Así, Arendt ponía encima de la mesa dos ejemplos de su teoría: el fanatismo de Hitler y el ansia de venganza de Stalin. Dos líderes que llegaron a lo alto del poder gracias al favor de las élites, que en un momento determinado se vieron atraídas por ese radicalismo que a la larga se terminó volviendo es su contra.