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¿Cuál de los cuatro es el verdadero Paul Auster?

El escritor regresa siete años después con una novela que desarrolla la existencia de un único individuo en cuatro arcos narrativos distintos y simultáneos que abarcan desde el nacimiento hasta la edad adulta
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El escritor regresa siete años después con una novela que desarrolla la existencia de un único individuo en cuatro arcos narrativos distintos y simultáneos que abarcan desde el nacimiento hasta la edad adulta.
Después de siete años sin publicar, y a lo largo de 960 páginas, podría Paul Auster permitirse el lujo de una única narración? Evidentemente, no. Tampoco quería exponerse a una lógica de relato que no fuera acorde a su propio diapasón literario. En el presente «4 3 2 1» se nos habla de la vida de un único individuo que se desarrolla en cuatro arcos narrativos distintos y simultáneos, que abarcan desde el nacimiento hasta la primera edad adulta. De ahí que todo sea verdad o mentira, y cierto y falso a un tiempo, como en la paradoja de Schrödinger: ¿la madre de Archibald Isaac Ferguson es fotógrafa o ama de casa? ¿El negocio de su padre sufrió un robo, un incendio o murió durante un accidente en el establecimiento? Como en una suerte de «Atrapado en el tiempo» nuestro protagonista se verá obligado a llevar cuatro existencias diferentes a partir de un mismo «día de la marmota común»: su nacimiento y su infancia. El parámetro que se repite es que Ferguson es el único hijo de Stanley y Rose, un niño judío nacido en Newark, en 1947, pero a partir de ahí su vida se cuadriplica: sus cuatro «clones» tomarán caminos distintos, cada uno con su propia experiencia de crecimiento, amistad, amor, deporte, escuela...
Muerte del progenitor
Sus padres también tendrán la oportunidad de caminar durante cuatro existencias diferentes (incluso el progenitor fallecerá en una de ellas), pero siempre conservarán sus nombres y profesiones. No solo morirá el padre sino también uno de los Archi. La muerte súbita, por cierto, ha sido una preocupación de Auster desde sus días de campamento de verano. A los catorce años, mientras caminaba bajo una tormenta junto a un grupo de chavales arrastrándose bajo una alambrada de púas, uno de sus compañeros murió atravesado por un rayo delante de él. Es comprensible que el azar se convirtiera en un tema recurrente en su ficción y, en «4 3 2 1», concretamente, es el albur el protagonista que dicta los cuatro caminos diferentes de Ferguson. Lo contrario de la suerte es el destino, una predeterminación dictada por los genes o la historia o, para otros, Dios... Pero los tres Archie adultos pronto abandonan los cómodos consuelos de la fe para obtener explicaciones más seculares. Lo que gobierna la evolución de cada uno de ellos parece ser un núcleo irreductible de identidad y, cualesquiera que sean sus circunstancias, el resultado siempre es el mismo: lograr mantenerse al margen y poder observarlo todo, al tiempo que intentar convertirse en el héroe de su propia historia.
Dicho todo lo anterior, lo narrado no se cuenta de un modo abigarrado o caprichoso. Auster establece sus cuatro historias en pistas paralelas, ofreciéndonos cuatro versiones de cada Ferguson en capítulos sucesivos: capítulo 1 (1.1, 1.2, 1.3 y 1.4). Siempre nacerá en el mismo sitio, aparecerán los mismos secundarios, y la familia deberá mudarse a lugares distintos luego de un desastre –diferente cada vez– acaecido en el negocio del padre. El núcleo familiar será rico, se trasladará a Manhattan o no tendrá progenitor, pero la infancia de nuestro protagonista será prácticamente idéntica, como si de un experimento social se tratara. Un futuro distinto será posible en esas vidas paralelas, y enteramente diferentes, en este laberinto borgiano (y cuántico) plagado de ramificaciones.
Pese a toda la complejidad estructural, la premisa sobre la que se apoya es sencilla, casi zen: dos caminos divergen en un bosque, si tomamos el menos transitado ocurrirá una cosa, si nos decantamos por el otro, sucederá otra distinta. No en vano, las imágenes de carreteras y caminos bifurcados se repiten en estas páginas en las que el razonamiento de esta idea se hace muy explícito cuando el Ferguson 4 (por referirnos a él de algún modo) refleja que el tormento de estar vivo en un solo cuerpo es que, en un momento dado, debía estar en un único camino, pudiendo haber estado en otro, viajando a un lugar completamente diferente. Únicamente la imaginación –que en este caso es la «clonación»– podrá eludir esos límites. Aunque podamos encontrar ecos de la vida de Auster por todo el texto, cada momento histórico por el que atraviesa el protagonista actúa como una defensa contra el solipsismo: la guerra fría, JFK, Luther King... Es una novela atenta al detalle de su tiempo que relaciona lo público y lo privado a través de la imagen de círculos concéntricos con el mundo (y la guerra) en el borde exterior, y el individuo (y sus batallas) situado en un punto central.
«Novela de formación»
La escenografía de Auster es absolutamente magnética en esta «novela de formación» porque lo que se nos cuenta no es otra cosa que la demostración de que nuestros gustos y pasiones se establecen durante nuestra primera infancia y permanecen intactos ante cualquier oscilación de nuestra vida... o vidas. El protagonista podrá dormir con Amy Schneiderman o con Brian Mischevski; ir a Columbia o a Princeton; convertirse en un periodista deportivo o en crítico de cine; morir en un accidente de carretera o solo quedar gravemente herido, pero siempre confirmará la máxima de Heinrich von Kleist de que cualquiera de nosotros podría estar en el camino equivocado, porque siempre hay otro «yo» paralelo en un mundo alternativo con una opción vital mejor o diferente.
Las novelas de Auster tienden a dividirse en dos categorías: París y Nueva York, que se refieren más a una división de tono, estilo y ambición que de ambientación. Ahora estamos en esta última categoría, en la de la capital de los rostros humanos, la Babel horizontal de las lenguas. Todo un paraíso maníaco con personajes menores de razas y edades variadas, donde el autor intenta conjurar una verdadera cacofonía urbana. Pese a que se le escuche demasiado –cualquier protagonista suena mucho a su «padre literario»–, su voz no molesta; incluso se agradece en ocasiones. Hay novelas que huelen a armario cerrado, otras a café de recuelo, pero las de Auster siempre rebosan la misma luz que nos evoca «La Mañana» del «Peer Gynt» de Grieg.