Cuando América aún soñaba
Novela. James Salter publica su nueva novela, «Todo lo que hay», después de décadas de silencio
Es curioso, pero muchas de las virtudes por las que James Salter es reconocido como uno de los estilistas más finos de la narrativa americana –frases lacónicas, elípticas, que brillan como un fulgor iluminado en el sentido de una oración– son, precisamente, las que se echan de menos en su nueva novela, «Todo lo que hay», un regreso a la ficción de larga distancia con ochenta y nueve años (cuando publicó «En solitario», su viaje por las alturas de los picos de Chamonix, en 1979) y con una obra sostenida sobre una estructura episódica, cronológica, que transita un territorio en el que Salter es realmente demoledor: la vida en pareja, la vida en matrimonio, los vericuetos del ocaso y el fracaso en el amor: eso que el autor de «La última noche» define, en su viejo estilo, como el «horno al que se arrojan todas las cosas».
Un hombre de éxito
Ese viaje hacia el amor es lo que cuenta en «Todo lo que hay», que retrata la vida neoyorquina (y la vida en los campos de Virginia) durante los años que siguieron tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Un ambiente de algarabía en el que el protagonista, Philip Bowman, pronto se verá insertado después de haber combatido en Okinawa a bordo de un barco. La guerra ha terminado y Bowman está feliz de regresar a casa. Allí, en Summit, el pueblo donde transcurre «Los asesinos» de Hemingway, verá a su madre, a sus tíos (su padre ha desaparecido de su vida hace tiempo) y terminará estudiando en Harvard, de donde saldrá con ganas de dedicarse al periodismo. Terminará, en cambio, siendo el editor de una de las firmas más exclusivas de la ciudad. «Los grandes editores no son siempre buenos lectores y de los buenos lectores rara vez sale un gran editor, pero Brown estaba de algún modo a medio camino», señala Salter sobre esa época que pinta como en sueños de glamour, en la que el centro del negocio se hacía después del trabajo, entre copas, en sitios en los cuales el ambicioso Bowman se ve a sí mismo como un hombre de éxito al que el amor, no obstante, se le escapa en brazos de una mujer inédita.
La mirada de Salter sobre ese tiempo, aun así, esquiva por momentos el mito y la leyenda y muestra un reverso plasmado en la estructura misma de la novela: una arquitectura hecha de recuerdos, de memoria, de anécdotas en los que aparecen personajes secundarios, mundanos, humanos. Y un estilo adecuado, también, a la prosa de los tiempos.