Dudo, luego existo
En estos tiempos de extremismos y confrontaciones, Victoria Camps, catedrática emérita de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de Barcelona, pondera la duda como ejercicio de reflexión y moderación que lleve al diálogo y se anteponga a la reacción visceral. La reflexión es el estado permanente en el que introduce al lector a través de un ensayo inteligente, de una claridad expositiva y una riqueza de referencias a filósofos de todas las épocas que revelan los años dedicados a la docencia y la investigación universitaria. El admirado Montaigne, que se asoma a menudo en estas páginas, enriqueció el elemental «Pienso, luego existo» de Descartes: del pensar no se deduce solo la existencia, sino la complejidad del ser pensante, que incluye la duda. En el primer capítulo, la apología de la dubitativa Ismene frente a su combativa hermana, Antígona, queda aclarado que dudar no supone parálisis de la acción, es no ceder al primer impulso, dar un paso atrás en actitud reflexiva y prudente, antes de tomar una decisión. La historia es un largo camino bordeado de fanatismos, lo que estamos comprobando estos días. Camps habla del terrorismo islámico y sigue a Montaigne para hacernos pensar en que la pregunta para mantener la integridad no es «¿cómo sobrevivir?», sino que debemos plantearnos: «¿cómo seguir siendo plenamente humanos?». Para recordar las verdades que deben servirnos de agarradero a fin de distinguir la civilización de la barbarie la respuesta de la filosofía sobre lo que el hombre es y lo que debería ser es una respuesta ética. Todos los ciudadanos deberíamos saber de memoria la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, la expresión más idónea de la racionalidad humana, puesto que el «logos» se manifiesta en el lenguaje, y compararla con la «Declaración sobre los derechos del hombre en el islam», comprobaríamos entonces que cualquier debate democrático es imposible. Veamos el artículo 22a : «Todo hombre tiene derecho a expresar libremente su opinión, siempre que ésta no esté en contradicción con los principios de la sharia».
Magnífico el capítulo sobre los dogmas (prejuicios) de la tribu, las ideas que consideramos válidas sin someterlas a examen, o la referencia a Hanna Arendt, que califica la actividad de pensar como lo más distintivamente humano, sin la cual es imposible el discernimiento entre el bien y el mal. De ahí su «banalidad del mal» referida a los ejecutores del Holocausto.
Estamos rodeados de populismos y demagogias y es preciso sospechar, examinar, matizar. Controlar los entusiasmos colectivos que originan. La duda y el escepticismo constituyen el alimento básico de los filósofos y en la esencia de lo humano están la razón y el lenguaje. Este libro nos recuerda que debemos razonar y hablar, mejor aún, hablar razonando. Que debemos distinguir con qué formas la libertad individual está amenazada por la tiranía de la mayoría. Filosofía para aprender a dudar y vivir. Desearía leer dentro de veinte años un ensayo de Victoria Camps en el que analice los estragos producidos por la eliminación de la filosofía como asignatura en la enseñanza secundaria.