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El asesino que entendía de vinos

Xabier Gutiérrez teje una intriga enológica al servicio del subcomisario Parra

El asesino que entendía de vinos
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«In illo tempore», los detectives se dividían en dos grupos: los detectives privados norteamericanos de novela negra y la variopinta pléyade de los «amateurs» europeos capitaneados por el excéntrico Sherlock Holmes, de Conan Doyle, el insufrible detective belga Hércules Poirot y la encantadora señorita Marple, de Agatha Christie, el comisario Maigret, de Georges Simenon, el candoroso padre Brow, de G. K. Chesterton, la maniquí detective Nathalie, de Frank Marchal, y el agente del FBI Lemmy Caution, de Peter Cheyney. Todos ellos seguían la más inveterada tradición de la novela problema, en la que el detective, mediante la deducción, resuelve el enigma y desenmascara al asesino. Con adiciones y pegotes posmodernos, la novela policiaca actual sigue el mismo esquema, sólo que los detectives españoles se han adaptado a las variantes regionales.

A la pareja formada por la brigada Bevilacqua y la sargento Virginia Chamorro de la Guardia Civil de Lorenzo Silva se le ha sumado la inspectora de la Policía Foral de Navarra Amaia Salazar, de Dolores Redondo; el brigada gay de la Guardia Civil David Grau, de «El silencio del pantano», del valenciano Juanjo Braulio; Héctor Salgado, inspector de los Mossos d’Esquadra en «El verano de los juguetes muertos», de Toni Hill, y el subcomisario de la Ertzaintza Vicente Parra, de Xabier Gutiérrez.

En todas, como ocurre con las novelas del donostiarra Gutiérrez, la vuelta a las convenciones del «whodunit» (quién lo ha hecho) trae consigo una ruralización de la novela policiaca y la vuelta al costumbrismo y a la familia como lugar del conflicto. Así, en la continuación de la saga del subcomisario Parra «El bouquet del miedo», el autor retoma el policiaco rural, que tan buenos resultados le dieron al fusionar la novela criminal con la alta cocina en «El aroma del crimen». Si la primera podría encuadrarse en la novela negra gastronómica, ésta, centrada en el mundo del vino, se acerca mucho más a la tierra y a los secretos inconfesables familiares, en un drama rural con un psicópata vitivinícola incluido. Tal es la pasión que muestra Xabier Gutiérrez por los caldos, vides y bodegas, que algunas veces se pone lírico hasta frisar la cursilería. Se pierde en tanto en los relatos familiares y los más oscuros recovecos íntimos que se olvida de la intriga policiaca, fascinado por el relato costumbrista.

- Hitchcock forever

Lo que le fascina a Gutiérrez es la gastronomía, el mundo de los programas televisivos de cocina y la mística de la elaboración del vino. La intriga policiaca es una excusa para dejar volar su imaginación literaria, anclada en una nostalgia de un ayer mistificado en el que la influencia de Hitchcock comienza a resultar un cliché. Los nuevos, lo citan o utilizan maravillados de su poderoso influjo, como si no hubiera otro autor. En la obra sobresale la casa solariega familiar con aires de Manderley, los secretos inconfesables, el incendio purificador y la bodega con mensaje en una botella, omnipresente, hasta el punto de olvidar al subcomisario Parra, enredado en su problemática familiar y sustituido por el protagonista real: Aitor Zubillaga, el cocinero televisivo que daría para otra serie.