El hotel que albergó a Marx y Freud
Si hay una escuela de pensamiento que ha marcado el siglo XX y que aún tiene mucho que decir en nuestra postmodernidad y en el actual capitalismo globalizado en cuanto a la situación del individuo frente al colectivo y ante la sociedad de consumo, esa es la llamada Escuela de Fránkfort, que se generó en torno al Institut für Sozialforschung fundado en la ciudad del Meno el 22 de junio de 1924. El contexto de la creación de este centro de investigación sociológico de inspiración neo-marxista es ya de por sí apasionante, pues cuando se abrieron las puertas de la benemérita institución que ha albergado a pensadores tan emblemáticos como Adorno, Horkheimer, Pollock, Fromm o Marcuse, la nunca suficientemente ponderada República de Weimar se encontraba en su apogeo. Después de sus primeros pasos vacilantes tras la conmoción del fin de la Primera Guerra Mundial y el experimento revolucionario espartaquista, la Escuela de Fránkfort, en un edificio majestuoso –diseñado paradójicamente por un arquitecto nazi–, proponía una nueva visión teórica de un marxismo no revolucionario, pasado por el tamiz de la sociología de Weber y la psicología de Freud, que habría de servir para una relectura crítica de la sociedad del tardocapitalismo que iba a marcar el siglo XX.
Ahora se presenta un libro esencial para comprender el contexto y las figuras clave de esta gran escuela de pensamiento bajo el título «Gran hotel abismo». Nunca se había intentado algo como lo que propone Stuart Jeffries en él, al hilo de una cita de Lukács, y esto es tomarle el pulso a una época fascinante a través de las biografías cruzadas de los miembros de esa escuela, de sus precursores y también sus epígonos.
Raigambre decimonónica
A lo largo de cerca de quinientas páginas descubrimos la raigambre decimonónica de estos pensadores que inventaron la teoría crítica bajo el liderazgo de Adorno y Horkheimer y tras la estela de Walter Benjamin: se evidencian sus raíces en la cultura urbana alemana que se desarrolla a partir del «boom» demográfico de las grandes ciudades de la época Guillermina y en un contexto social de judíos enriquecidos y asimilados de la Alemania Occidental que miraban con cierto desprecio a los llamados «Ostjuden» o judíos del Este, con sus barbas largas y tradiciones. Esa burguesía industrial de padres acaudalados destinó a sus brillantes hijos –los futuros filósofos y escolarcas– a la mejor educación posible en el sistema universitario alemán, que ya cumplía un siglo de vida desde la reforma humboldtiana de la universidad de la vieja Prusia. Adorno era hijo único de una familia adinerada, laica e ilustrada –su madre italiana era cantante de ópera y su padre acaudalado industrial– y otro tanto pasaba con Benjamin, cuya infancia berlinesa es evocada entre reminiscencias proustianas de la felicidad que proporcionaba ese capitalismo que habían de denostar.
La paradoja de que sin el éxito empresarial de los padres los hijos no hubieran podido intentar demoler teóricamente el sistema queda bien subrayada por este inteligente libro que analiza como épocas clave para la escuela su surgimiento durante la República de Weimar, la Segunda Guerra Mundial y el exilio norteamericano –otro país que será blanco de toda crítica– y los movimientos estudiantiles de los 60. Jeffries se detiene en la distancia entre la teoría y la praxis, entre el «motto» marxista de que la filosofía ha de intentar cambiar la realidad y la crítica de la visión excesivamente teórica, que se achacó en los 60 a la Escuela de Fránkfort, y que a juzgar de los más radicales marcusianos impedía realizar la revolución pendiente. Pero ese divorcio entre realidad y deseo, práctica y teoría, ya aparece como el pecado original de la escuela desde la participación de algunos de sus miembros en el intento fallido de instaurar el comunismo en Alemania. Como quiera que sea, esta imprescindible escuela de investigación social, psicológica, literaria o filosófica es reivindicada aquí como la que sienta las bases de gran parte del pensamiento crítico contemporáneo. Muchos de sus debates siguen hoy vigentes y sus aportaciones teóricas son difíciles de subestimar. Este libro tiene la virtud de ser muy claro en la exposición de cada biografía y cada obra concreta de los autores de la escuela, aunque peca de cierto generalismo. Pero quizá sea ese énfasis didáctico y divulgativo el que hace de él una introducción apropiada para el público general a estos grandes autores. Además, está escrito con una envidiable prosa periodística que entrelaza los sucesos históricos con las peripecias vitales de cada autor; la gran historia, por así decir, con la intrahistoria y las microhistorias que se van anudando unas tras otras y configuran un gran fresco del siglo XX.