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El maravilloso invento de Kamhwamba

larazon

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Los buenos libros de superación personal resultan muy gratificantes para los lectores. Suelen ser novelas de seres marginales o del tercer mundo que logran salir de una situación de indigencia a fuerza de voluntad e ingenio. «El chico que puso hélices al viento» es la conmovedora historia de un joven de 14 años que, en una mísera aldea de Malaui, sin posibilidades de estudiar Ciencias, se las ingenia para construir un molinete para que su familia tenga agua corriente y electricidad. La idea, tildada de locura por los aldeanos, supuso una revolución que trascendió fronteras, y sus inventos, construidos con materiales encontrados en el desguace y la basura, llegaron a exponerse en el Museo de la Ciencia y de la Industria de Chicago.
Entorno tribal
Gracias a «The Wall Street Journal», que publicó la historia de este emprendedor surafricano, el periodista norteamericano especializado en la guerra en el Congo, Bryan Mealer, se puso en contacto con William Kamhwamba y juntos publicaron «El chico que puso hélices al viento», convirtiéndose en un «best-seller» internacional, y en 2013 en un documental dirigido por Ben Nabors. Lo apasionante de esta extraordinaria novela no es sólo el relato de la proeza de William en un entorno misérrimo, sin más acicates que el deseo de saber y la necesidad, sino la descripción también del entorno tribal, la precisa voz del narrador y su capacidad para contar con finura las vicisitudes de un niño que juega ocioso, sin poder ir a la escuela, y el cambio que supuso el encuentro en una biblioteca pública de Malaui de unos libros de Ciencias. Ese país vive bajo la línea de pobreza, pero gracias a las ayudas internacionales y a su política educativa está consiguiendo que se consolide un gobierno democrático. Pese a la hambruna que diezmaba a Malaui, la falta de instrucción y de material, el autor fue capaz de fabricar con chatarra un molinillo de viento que daba luz a su casa, y, después, una bomba para extraer agua corriente y duplicar las cosechas. Sólo necesitó unos libros básicos de ciencia para lograrlo.
Éste es el tipo de novela que debería ser de obligada lectura para niños y adolescentes. El apólogo enseña que el deseo de aprender y la laboriosidad de un solo individuo, pese a las burlas de los aldeanos, las supersticiones, el pensamiento mágico y la escasez extrema, son los motores que cambian su entorno y mejoran la sociedad. Además, «El chico que puso hélices al viento» es una novelización de la vida cotidiana y de la aldea de William Kamhwamba, escrita con la sencillez del escritor consumado. La humanidad de los personajes llega a resultar tan próxima al lector occidental como la de los grandes personajes de ficción.