Españoles, ¡al abordaje!
Un libro rescata las increíbles peripecias de los aventureros marinos españoles, generalmente ignoradas por los historiadores: hombres (y mujeres) crueles, nobles y temibles surcaron los mares con bandera negra. «Mar brava. Historias de piratas, corsarios y negreros españoles» se remonta hasta la Edad Media
En contra de la idea generalizada de que no hubo piratas españoles, sino que nuestros compatriotas se conformaron con sufrir los ataques indiscriminados de bucaneros ingleses y holandeses, hubo centenares de aventureros de nuestro país que surcaron los océanos con el pabellón negro y todas las cataduras morales del alma humana. La publicación de «Mar brava. Historias de corsarios, piratas y negreros españoles» parte del rigor de los archivos y documentos históricos para seguir el rastro de espuma y sangre que dejaron tras de sí, en la superficie de todos los mares, hombres y algunas mujeres que tuvieron el valor de llevar la vida del pirata. Una epopeya a lo largo de los siglos que escribieron desesperados y psicópatas, frailes asesinos, caballeros con ética al servicio de su rey, nobles con ambiciones, mujeres travestidas y algunos desalmados. Pero no, ni tenían pata de palo ni parche en el ojo, como explica el autor del libro, Gerardo González de Vega: «La visión que tenemos hoy del pirata está, en lo estético, basada en Hollywood; en lo histórico, en las fuentes de países anglosajones; y en lo ético en una curiosa figura del ''good bad boy'' (''el buen chico malo'')», explica. El pirata, en la tradición española, siempre ha tenido un significado moral negativo. Contrabandistas y saqueadores contravenían el monopolio comercial que dirigía la Casa de Contratación de Sevilla y debilitaban la retaguardia del imperio español. En cambio, a Morgan, un famoso pirata británico, los ingleses le nombraron vicegobernador de Jamaica. «Cometió atrocidades y ataques contra los españoles. Puede decirse que era malvado. Pero bueno para el país que auspiciaba su actividad piratesca. Fue un buen mal chico», explica González de Vega.
Ese es el mito del pirata británico. Pero ¿qué ocurrió en España? La piratería existió desde la noche de los tiempos. En un interesantísimo primer capítulo, el autor se remonta a la Baja Edad Media y señala a los moriscos expulsados de España como los más temibles guerreros del mar, movidos por una especial crueldad contra sus ex compatriotas. «De la perspectiva española me interesaba el aspecto humano, es decir, la aventura de los que practicaron las diferentes formas de piratería. En ese panorama hay muchos tipos». Caballeros navegantes como Pero Niño, un corsario en sentido clásico que, por orden del rey Enrique III, desarrolla una actividad bélica en el mar contra líneas enemigas. «Niño actúa como un caballero: pone límites a su hueste, impide quemar, les prohíbe violar y practica esa actividad para debilitar las líneas inglesas al servicio de su rey, y a cambio de un beneficio económico. Asalta islas y posesiones británicas e incluso se atreve a atacar Southampton».
Robagallinas del mar
Hay otros tipos menos afables. Benito de Soto era un desalmado. «Se dedicó al contrabando desde muy joven en la Ría de Pontevedra y sublevó a la tripulación de un barco negrero. Llevó a cabo una incursión desde el golfo de Guinea hasta Pontevedra, llevándose por delante barcos al azar. Lo primero que hace al tomar un barco es comerse las gallinas, beberse su bodega y en muchos casos violar a las pasajeras», cuenta el autor. De Soto pertenece a esa categoría de verdaderos desesperados que actúan contra todo y contra todos, sin refugio ni retaguardia. Algo similar a lo que les ocurrió a Lope de Aguirre, un hombre, este sí, cojo, contrahecho y malencarado, que se sublevó contra Felipe II y dirigió a sus partidarios, los «invencibles marañones», a una locura de sangre y fuego tras la que terminó ahorcado. El Duque de Osuna, por ejemplo, poseía una enorme fortuna, pero era un hombre de acción, y como Virrey de Sicilia armó su propia flota pirata con el objetivo de frenar a los turcos en el Mediterráneo oriental, en contra del criterio de Felipe III. El duque, cuyo secretario personal era Francisco de Quevedo, no sólo acabó con el comercio entre Egipto y Estambul, sino que se alió con piratas de Croacia para frenar a los venecianos.
Las páginas del libro, que cita fuentes originales, ofrecen una lectura amena y llena de centenares de otras historias más pequeñas, bandoleros del mar que cortan la oreja a sus enemigos como aviso, tripulaciones que atracan en puertos donde hay mujeres de todos los colores y alcohol de contrabando, frailes que, por desengaño amoroso, se convierten en piratas... y la Monja Alférez, que se fugó del convento de las dominicas de San Sebastián, y, tras batirse dos veces en el mar contra las armadas holandesas, obtuvo incluso el permiso del Papa para vestirse de hombre.
Además de todas estas fascinantes historias, hay lecciones de geopolítica: «Había un gobernador español de Flandes que decía que el Caribe empezaba en el Canal de la Mancha y situó una flota en Dunquerque, el sur de Flandes, porque las naves corsarias de holandeses que asaltaban mercantes españoles en el Caribe tenían que volver a Rotterdam o Amsterdam. Y era en el regreso cuando les atacaban los españoles y les masacraban. Cuando los corsarios regresaban con los cañones desmontados y atravesado el Atlántico, se encontraban con naves rápidas españolas que les masacraban», explica el periodista y escritor, que niega otro mito: «La actividad piratesca enemiga no fue tan grave para España. El historiador Joseph Perez asegura que España no perdió más allá del 5 por ciento de su fuerza naval debido a los piratas». El libro, en suma, constituye un intenso recorrido por las increíbles victorias y fracasos de unos hombres y mujeres que, alejados de la coacción de la justicia, desamparados de su familia, costumbres, nación o amores, compartieron un puro impulso que les llevó al implacable mar. Levanten anclas.
Amaro Pargo, de videojuego
No sólo los libros de historia demuestran que los piratas españoles existieron y tuvieron fama. El equipo del estudio francés de videojuegos Ubisoft, que es responsable de la saga «Assassin's Creed» (imagen de abajo), buscaba documentación piratesca cuando se encontraron con Amaro Pargo (arriba), un corsario tinerfeño nacido en 1678 y que parece ser que cumplía funciones de guardacostas en las islas, y que rivalizaba en fama con Barbanegra o Francis Drake. De él se cuenta que extendió su influencia hasta el Caribe, ruta en la que apresaba barcos ingleses y holandeses y se apoderaba de su carga. Pargo llevó a cabo también actividades como traficante de alcohol y de esclavos, y se dice que tenía un carácter estricto. Era un ferviente católico que no admitía mujeres a bordo ni permitía apuestas de naipes ni de dados. Ninguna disputa entre sus hombres podía resolverse en la mar. Bebía poco y dedicó grandes cantidades de dinero a la caridad. Llegó a tener una gran fortuna y a ser incluso declarado hidalgo. Sus restos han sido exhumados para una investigación del ADN que permita conocer más sobre su aspecto y vida.