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Estamos suspensos en educación

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  • Diego Gándara

    Diego Gándara

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Como toda autoridad, como toda institución, la escuela se encuentra también inmersa en un momento de profunda crisis. Los estudiantes no aprenden, los profesores no enseñan y los padres ven declinar su lugar en una sociedad que exige cada vez más un éxito inmediato y un rendimiento eficiente y en la cual la escuela, según parece, ha dejado de considerarse decisiva como antes sí lo era en la formación de los individuos. Ésa es la tesis que esboza Massimo Recalcati en «La hora de clase», donde el psicoanalista italiano analiza la función de aquélla (y la relación que tiene con el saber y el conocimiento) y el lugar que ocupa hoy una institución que, lejos de otras épocas en las que la educación estaba unida a la autoridad, la represión y la ideología, ha perdido, no obstante, el prestigio simbólico de antaño.
«El problema de la escuela de hoy no es su rostro feroz que la hace asemejarse a una cárcel», señala el autor, quien sostiene que la educación, en un sentido amplio, «nunca debe ser confundida con la represión o el refinamiento disciplinario», sino que, por el contrario, «exige nuevas e inéditas aperturas».
Tan lúcido y crítico como lo fuera en sus otros libros, en éste Recalcati también se vale de las aportaciones de Freud y Lacan para analizar, en este caso, la profunda crisis del sistema educativo y trazar una genealogía de la escuela a partir de tres complejos: el de Edipo, el de Narciso y el de Telémaco, que hacen referencia, a su vez, a tres grandes figuras de la mitología.
Así, desde una Escuela-Edipo, en la que prevalecería la autoridad del docente, y pasando por una Escuela-Narciso, asimilada a la eficiencia empresarial, Recalcati aboga por la tercera vía, que sería una Escuela-Telémaco, una escuela que «quiere restituir su valor a la diferencia generacional y a la función del docente como una figura central en el proceso de humanización de la vida». Una función, concluye el experto italiano, «que consiste en abrir al sujeto a la cultura, en hacer posible el encuentro con la dimensión erótica del conocimiento y, por encima de todo, aprender a abrirse a la apertura del deseo y, a través de esa apertura, abrirse a otros mundos respecto a los ya conocidos».