Este mundo es un horror
Comprender el absurdo de nuestro mundo y explicar el problema del mal ha sido una de las tareas a las que se han dedicado tradicionalmente los filósofos. Si la filosofía clásica y medieval se dedicó con preferencia a la justificación de lo divino en ese panorama, en la llamada teodicea, otras aproximaciones optaron por el cinismo o, directamente, por el nihilismo. Ya en los griegos se puede sondear un tremendo pesimismo existencial y seguramente sea Emil Cioran –no podemos evitar un recuerdo de «En las cimas de la desesperación»– el más preclaro intérprete del vacío, el horror y el aparente sin sentido al que está sometida la existencia humana.
Ahora ha cobrado vigor una nueva escuela de pensadores de lo oscuro –etiquetada a veces como «nuevo nihilismo» o «realismo especulativo»– que entronca, por un lado, con la antigua Grecia y, por otro, con la cultura popular, las series, los cómics o la música metal. Así se constata en la propuesta de Eugene Thacker, que ha sentado las bases de su pensamiento sobre lo gótico y el horror. En el polvo de este planeta, la primera y más popular entrega de la trilogía «El horror de la Filosofía» versa sobre lo impensable y lo inefable, rebasando las interpretaciones mitológica, teológica y existencial que han caracterizado los modelos de explicación del caos.
Su oscura ontología está basada en los temas centrales del género del horror sobrenatural, concebido por el maestro Lovecraft. Apunta con interés al reino nebuloso de lo no-humano y lo desconocido, realizando un intento no-filosófico de pensar acerca del mundo-sin-nosotros, y lo hace con el leitmotiv del horror que, como decía Spengler «no abandona nunca al gran hombre, creyente, poeta, artista, en su infinita soledad; terror a las potencias extrañas que, inmensas y amenazadoras, irrumpen en el naciente mundo» y que es «el más creador de todos los sentimientos primarios». Para los capítulos del libro el autor rescata modos de filosofar propios de la escolástica medieval –y saberes secretos como la demonología, el misticismo apofático o el ocultismo– en un sugerente camino filosófico que fascina por la combinación de lo antiguo y lo moderno.
Por otra parte, parece lamentable que un autor que pretende utilizar esta metodología y que pone los títulos de sus capítulos siguiendo las fórmulas de la filosofía medieval escrita en latín, no sepa declinar correctamente los encabezamientos de sus capítulos: por supuesto que son tres «quaestiones» (no tres «quaestio», y lo mismo vale para «lectio» y «disputatio»). Aparte de ello, es sugerente el uso de las síntesis de filosofía jurídica para hablar de los «daimones», o de la vieja «lectio» transformada en cuento de horror para sus apuntes sobre filosofía oculta, el mito fáustico o la teología política de Carl Schmitt; igualmente en cuanto a las tesis nihilistas sobre biología y extinción, sobre el concepto de «nekros», o su poderosa evocación del misticismo más enigmático de lo no-humano y la nada desde el neoplatonismo a Bataille. Una última mención merece la cuidada traducción de Hugo Castignani, que transmite diáfano el pensamiento del autor.