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Freud: La hipnósis inédita

Adelanto editorial. Un volumen, prologado por Mikkel Borch-Jacobsen, que se publicará el próximo jueves, recopila los textos que Freud dedicó a la hipnosis entre 1886 y 1893. Unos documentos que ponen de relieve el interés que mostró el psicoanalista por este método para adentrarse en los estratos más hondos de nuestro inconsciente y comprender el comportamiento de las personas y las diferentes enfermedades mentales que padecen los hombres
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Adelanto editorial. Un volumen, prologado por Mikkel Borch-Jacobsen, que se publicará el próximo jueves, recopila los textos que Freud dedicó a la hipnosis entre 1886 y 1893.
Afirma un rumor probablemente apócrifo que una escultura de una diosa minoica rodeada de serpientes presidía el escritorio vienés de Sigmund Freud, el gran psicólogo que, además de su disciplina, cambió la historia del pensamiento y de la cultura. Lo que sí se sabe es que Freud fue un apasionado de la antigüedad, o por mejor decir de las antigüedades, pues veneraba no solo el mundo clásico, sino sus precedentes orientales y arcanos y sus postrimerías más insospechadas. Era un gran coleccionista de antigüedades, que casi podían llenar un museo: varias exposiciones y catálogos dan fe de ello.
Mucho se ha escrito del padre del psicoanálisis, no solo desde el punto de vista de la ciencia que inauguró, para mejor comprensión de la psique humana, sino en el plano de la historia de las ideas y de la cultura. Así, no se puede comprender a Freud sin su contexto fin de «siècle» en la Viena más vital, centro y rompeolas de corrientes artísticas y de pensamiento, además de sede, en su universidad, de los más prometedores avances de la ciencia positiva. Hay que recordar el marco de recuperación del mundo antiguo en esta época, tan particular y motivador. Si cualquier cambio cultural, desde el Renacimiento a la Ilustración, se ha basado en una relectura de los modelos que Occidente entiende por clásicos –Grecia y Roma, sobre todo–, en este contexto, marcado por el simbolismo o el decadentismo, del final del siglo XIX, la cultura tiende a buscar «otra» antigüedad, como punto de partida de nuestra identidad.
- Inspiración
Otro comienzo («ein anderer Anfang»), promete Nietzsche, y se lanza al mundo de lo dionisiaco en la filosofía buscando en el arcaísmo griego. Troya y su descubrimiento por Schliemann en 1871 fascinan a este mundo. Huysman y otros prefieren el decadentismo de la tardoantigüedad. Pero la revolución vendrá con el descubrimiento de Cnosos por el arqueólogo Arthur Evans en 1900.
Freud simboliza esta pasión, que vivió con tanta fascinación como los revolucionarios hallazgos de Schliemann, pues le inspiró en cierto modo el psicoanálisis. Cuando enuncia su teoría, Freud compara el proceso del psicoanálisis con el de esa arqueología que descubría «estrato tras estrato de la psique el paciente, hasta llegar a los más profundos y valiosos tesoros». Pero no sólo desde el psicoanálisis pensó Freud en esa «arqueología de la mente». También sabemos que como joven promesa académica se guió por cualquier procedimiento novedoso –aunque también polémico– que pudiera ahondar en los estratos íntimos de la mente.
Por aquel entonces, por ejemplo, el hipnotismo tenía fama ambivalente cuando aún los hipnotizadores entretenían y «epataban» a la burguesía vienesa en los teatros con espectáculos chocantes. Freud se situaba claramente entre los partidarios de experimentar así con la mente para sacar sus más recónditos secretos. Precisamente ahora, un magnífico libro editado por Mikkel Borch-Jacobsen, «Freud. La Hipnosis» (Ariel) recopila los textos entre los años 1886 y 1893 que atestiguan su interés por este método. El volumen está provisto, además, de una amena presentación del editor, filósofo e historiador del psicoanálisis, que ofrece un panorama social y científico de la Viena de esta época. Los textos, cartas o pequeños ensayos, no tienen desperdicio. Especial mención merece el texto «Tratamiento del alma», en el que juega con la etimología griega de la psicología para defender que el tratamiento psíquico que él propone es en realidad un tratamiento del alma o, por mejor decir, un tratamiento a partir del alma, de los problemas del ser humano. Llama la atención la profunda raigambre aristotélica de algunas de sus consideraciones, como cuando habla de los afectos o de las representaciones, o cuando parece seguir, evocando los sueños y la fantasía, el tratado «De anima». Este libro destaca también la estrecha relación con Elise Gomperz, la esposa del filólogo clásico Theodor Gomperz, una de las primeras y más reveladoras pacientes de Freud. Varios textos ilustran también sobre asuntos variados de esta época primera, como por ejemplo la estancia de investigación que pudo disfrutar Freud en París y Berlín gracias a una beca de estudios de su universidad.
- Método imprescindible
En lo sucesivo, Freud será clave para el estudio de la antigüedad. Autores como C. G. Jung, J. Harrison, K. Kerényi, N.O. Brown, J. Campbell o J. Hillman harán del influjo de la psicología freudiana un método imprescindible, por ejemplo, para el análisis de la mitología. La escuela de Jung, discípulo predilecto de Freud, influida por la pasión del maestro por la antigüedad, desarrollará una intensa labor en la interpretación de los mitos y los arquetipos universales que, según esta teoría, contienen. Esta interpretación jungiana ahondará en el interés de Freud por los mitos para explicar patrones de comportamiento –Edipo y Electra fueron el comienzo– de manera muy exitosa a lo largo del siglo XX. Otro tanto harán con la comparación entre mitos y sueños, como ya ocurría en el análisis freudiano de las experiencias oníricas de Elio Aristides.
Finalmente, además de esa pasión por profundizar en las «antigüedades de la mente» también es comprobable la devoción que tuvo Freud por lo dionisíaco: Freud conocía las ideas de Nietzsche sobre esto, de las que compartía sólo parte, viendo la tendencia a lo dionisíaco como raíz inconsciente de los pensamientos y el comportamiento consciente. La perspectiva psicológica de Dioniso como dios que desinhibía estratos ocultos de la mente, o directamente causante de la locura o la histeria, ha sido muy productiva en la historia de sus interpretaciones. Freud fue tan devoto de Dioniso que mandó depositar sus cenizas tras su muerte en 1939 en una crátera del s. IV a. C., con motivos dionisíacos, que le regaló la princesa Marie Bonaparte. Freud reposa hoy junto con su esposa Marta, muerta en 1951, en esa vasija de época clásica con el dios del éxtasis, la locura y la vida cíclica.

Psicoanalizando a H.D.

El método psicoanalítico era comparado con la arqueología minoica por Freud. Cuando Freud analizó a la escritora estadounidense Hilda Doolittle (que se hacía llamar H.D.), el psicólogo intentaba hacerle ver que él operaba con la humanidad como la arqueología minoica, descubriendo a la «gran madre» en el trasfondo. La vieja Creta y las Cícladas habían inspirado a Freud la idea de un estrato pre-edípico, o acaso minoico, de la mente, en la historia personal de cada psique y así analizaba el psicólogo los impulsos de la escritora, de vida personal atormentada, de marchar en pos de las islas griegas.

Tres casos de hipnosis

Mirna Bernays
Ésta es la famosa Lucy R. que aparece en «Los estudios sobre la histeria». A través de ella y de su tratamiento se acercó al mecanismo psíquico del trauma, el rechazo y la aceptación.
Martha Freud
Es la propia esposa del doctor. Ella padecía «aversión por la lactancia». El filósofo la hipnotizó dos veces. Después de la segunda sesión se recuperó. Admitió que le daba vergüenza confesar que la hipnosis la ayudó.
Elise Gomperz
Pertenecía a una de las grandes familias vienesas. Era esposa de Theodor Gomperz, un ilustre humanista. Freud la recibió en 1886 como paciente para tratar de recuperarla de sus afecciones nerviosas.
«La hipnosis»
Sigmund Freud
Ariel
375 páginas,
22,90 euros
David Hernández de la Fuente
Escritor y profesor de Historia Antigua de la UNED

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