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Generación «Súper Pop»

Se convirtió en el relato hegemónico del fenómeno fan en España y llegó a vender un millón de ejemplares entre los jóvenes de los 80 y 90. Las carpetas se forraban con sus portadas y los poster tamaño natural adornaban las puertas de los dormitorios «teen». Un libro y un disco doble homenajean a la revista
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La música pop es capaz de llevarnos a lugares sublimes, pero hoy no toca hablar de eso. Porque las canciones son capaces de recordarnos también esa parte de nosotros como individuos y como colectivo que nos sonroja como la foto de nuestra Primera Comunión. Lo más parecido musicalmente a eso en España apareció con profusión en «Súper Pop», la revista juvenil más famosa que se haya editado en nuestro país, que duró nada menos que 24 años, y que tuvo una edad dorada durante los ochenta y principios de los noventa. Y aunque leer hoy sus páginas y escuchar los temas que hacían furor en esa época sonroje un poco o mucho, aquella publicación fue, para muchos de sus lectores que –recuerdan cómo era el mundo sin internet– la única ventana al mundo contemporáneo. Un libro («Yo también leía ‘‘Súper Pop’’», Cúpula) y un doble disco («Yo también bailaba ‘‘Súper Pop’’», Sony) rinden homenaje a esa etapa en la que Mecano, Wham! o Modern Talking se asomaban a todas las carpetas. Más de un millón de carpetas.
- A escondidas
«Vengo de un pueblo de poco más de 200 habitantes, Moradillo de Roa (Burgos) y te puedes imaginar que a comienzos de los ochenta la vida en un pueblo era no un poco, sino muy gris», dice Javier Adrados, coautor del libro junto a Ana Rius, directora de «Súper Pop» de 1984 a 1988. «Por supuesto que compraba la ‘‘Súper Pop’’. Descubrir la revista fue ver un mundo que me llamaba más la atención que estar jugando al fútbol o trabajando en las tierras, que era lo que me esperaba, porque estamos hablando de otros tiempos. Se convirtió en una biblia para mí, pero la compraba clandestinamente, la verdad, porque estaba orientada más para lectoras y te llamaban de todo si te veían con ella debajo del brazo. Pero era la manera de sentir que participabas de una modernidad que, para un chico de provincias, estaba a muchos kilómetros», explica. «Admito que me producía algo de vergüencita. Pero en ella veía que existía otra forma de vida». Un mundo en el que las chicas parecían chicos y los chicos parecían chicas; un carrusel de cardados, hombreras, tupés e imperdibles.
Antes de «Súper Pop» había revistas especializadas como «Disco Express» y «Popular 1», pero de escasa difusión. Faltaba un producto de masas y ese fue el reto que el editor Mariano Nadal iba a llevar a cabo con la ayuda del entonces periodista Jordi Sierra i Fabra. Tenían las ideas muy claras en cuanto a contenidos y el apoyo de distribuirse junto a la revista «Pronto», pero enseguida se vio que el proyecto no necesitaba la ayuda. Frente a los escasos 20.000 ejemplares que vendían las revistas musicales «serias», en sólo seis meses «Súper Pop» llegó a al medio millón. Su éxito (superó el millón de copias) se debió, en parte, gracias a algo tan enternecedor como los «obsequios de adhesivos» y esos pósters centrales que empapelaban todos los dormitorios de España. Incluso se regalaban cintas de cassette con sólo dos canciones grabadas, una por cara. Pero había más cosas que la convertían en un producto moderno: titulares picantes, consultorios, una sección de «Me gusta/no me gusta» y entrevistas quincenales con artistas que suponían en la época un gran esfuerzo. En los comienzos de la revista, España era un páramo musical y parecía poco menos que imposible que una publicación nacional tuviera acceso a estrellas internacionales. «El ritmo de trabajo era trepidante. Compartíamos redacción con otras revistas y compartíamos horas de reuniones, pero había que sacar un número quincenal con regalo incluido y aquello suponía un trabajo descomunal», comenta Ana Rius, directora durante cuatro años en pleno esplendor de la revista, que recuerda con cariño pero con la sensación de «vivir en la redacción». «Eran tiempos duros y había mucha presión, tanto para vender como de las discográficas, que querían salir siempre en portada». Pero no cedían. «Sólo nos guiábamos por el interés de nuestras lectoras. Con sus cartas, ellas nos estaban indicando cada semana quién tenía que estar en la portada, ellas la elegían. Durante los primeros meses como directora, me llevé cada noche a casa una bolsa con cartas sin leer. Tenía que conocer a quien compraba la revista, por respeto y autoexigencia», señala Rius, que dirigía un exiguo equipo de dos o tres redactoras y una diseñadora, además de unos cuantos colaboradores.
La revista publicó algún que otro disparate. «Sí, y creo que hacía mucha falta que se hicera», sostiene Adrados. «Bueno, no creo que tanto. Puede que en algún caso fuéramos un poco sensacionalistas y otros nos dejáramos llevar por el humor socarrón, no recuerdo las portadas. Pero nunca cruzamos la línea. En todo caso, para leer correctamente la revista hace falta entender su tiempo». Lo cierto es que los contenidos entraban como un cuchillo en la mantequilla de la psique de lectoras –el 90% eran mujeres, señala Rius– dominadas por el desconcierto de la adolescencia en el seno de la familia tradicional. Los consultorios de cada número se convertían en una forma de psicoanálisis colectivo por correo postal; asuntos por los que no se podía preguntar en casa y que Freud jamás osó imaginar.
- Traumas curativos
Para el lector, asistir a los traumas de capricornio tenía un efecto tan morboso como curativo. Los relatos sobre «mi primera vez» se alternaban con encendidas apologías de la amistad y la familia de alguna otra lectora. Una esquizofrenia similar al contenido de los reportajes del interior. Por ejemplo, en el primer número, de 1977, el tema de portada era «Camilo Sesto en tu casa», y las demás historias oscilaban entre «El diario íntimo de Paul McCartney» y Ángel Nieto explicando cómo es convertirse en motorista. Los pósters de aquel ejemplar llevaban a Miguel Bosé por una cara y a Bruce Lee por la otra. Sex Pistols y Pablo Abraira podían ir de manera consecutiva porque, en el fondo, la revista no era ni sobre pop, ni rock, ni nada que tuviera que ver con la música. Era un canto a la adolescencia y un caramelo en la Transición. «Ésta era la generación del cambio. Teníamos mucho por lo que preocuparnos, pero leyendo la revista me ilusionaba y me hacía pensar que el mundo iba mejor, que algo había cambiado», señala Adrados. ¿Y qué importaba que algunos fueran ídolos de cartón si te miraban a los ojos desde una carpeta de gomas?

CD: Están todos los que fueron

Durante las más de dos décadas que la revista salió a la calle, pasaron por sus páginas un buen número de artistas que han envejecido francamente mal (Los Pecos, Modestia Aparte o Viceversa) o que eran directamente un fraude (Mili Vanili y Vainilla Ice). Muchas fotocopias (New Kids On The Block, Backstreet Boys, N’Sync y Take That), caras guapas que cantaban espantosamente (Jesús Vázquez, Pedro Marín) y alienígenas de décadas anteriores (Camilo Sesto). Sin embargo, otros son iconos y siguen transmitiendo esa enorme ingenuidad y entusiasmo: Wham!, Cindy Lauper, Modern Talking y Boney M son algunos casos, y, entre los españoles, Radio Futura y Tequila. Todos están representados en el doble CD que acaba de editar Sony y que sitúa al oyente en una montaña rusa emocional.