Giacometti, enamorado
Fue, en la vida real, la última amante y uno de los grandes amores de Alberto Giacometti, el notable pintor y escultor suizo. Y es, en esta breve y hermosa novela, la protagonista de una historia de amor que se hunde en el París nocturno de finales de la década de los cincuenta y de comienzos de la de los sesenta para acabar, muchos años después, en Niza, donde Caroline, quien fuera la última amante de Alberto Giacometti, recuerda, ante la atenta escucha del narrador, y fumando cigarrillos mentolados, aquella época en que lucieron la bohemia, el arte y el alcohol.
Caroline era entonces, cuando conoció a Giacometti en 1958, una joven desenfadada y preciosa de la zona oeste de Francia que había ido a París en busca de dinero fácil y rápido. Instalada en la zona de Montparnasse, trabajaba como prostituta. Hasta que, un buen día, en un bar, se encontró con ese hombre cubierto de restos de yeso y de polvo, que fumaba como un carretero, que le llevaba alrededor de cuarenta años, y Caroline comenzó a vivir, de pronto, una aventura apasionada junto a quien sería su gran amor y quien, además, pintaría un cuadro exquisito en 1965, con ella de modelo: «Caroline».
«Siento algo más que nostalgia por Alberto», dice Caroline ahogada por los recuerdos en un momento de esta novela bellísima sobre su relación con Giacometti. Una relación que, tal como se desprende del relato que ella va desgranando desde su casa en Niza, donde pasa las horas mirando pájaros y hojeando «Bella del Señor» de Albert Cohen, no fue nada tormentosa ni tortuosa (a diferencia de la mayoría de las relaciones que se dan entre los artistas y sus musas) pues Giacometti, desde que la conoció, quedó prendado de la dulzura de su sonrisa y no hizo otra cosa más que contemplarla, fascinado con su desmesura y su mirada, y dibujarla tal cual la veía.
Algo que atrae
Así lo demuestra ese cuadro de 1965, hecho al óleo sobre tela, y que es una de las obras más personales de Giacometti. Un cuadro en el que, como señala el narrador, hay algo que atrae. Una mirada, tal vez, que no mira a nadie más que a quien la mira. Una mirada de luz y que corresponde, nada menos, que a Caroline, quien fuera la última modelo de Giacometti y, también, su último gran amor. Pero, como señala Caroline en las páginas finales de la novela, «nadie puede comprender nuestro amor».