Humanísimo Colinas
Cuando en 1970 José María Castellet publicaba su legendaria antología «Nueve novísimos poetas españoles», el azar algo arbitrario de toda selección excluyó a Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946), pero su pertenencia a la generación de los llamados «venecianos» era indudable. Esta estética neomodernista que reaccionaba contra el anterior realismo social de los años cincuenta evolucionará según la idiosincrasia literaria de cada uno de sus integrantes. En el caso del autor de estas recientes «Canciones para una música silente», se observa una trayectoria que avanza desde el idealismo mixtificador a un característico misticismo humanista transido de entrañable emotividad. En este último, denso y extenso poemario se da un paso más hacia el compromiso testimonial para con nuestra conflictiva época sin excluir al más característico Colinas, intimista, sereno, lúcido y trascendental. Tres años después del volumen que reunía su poesía completa aparece este libro que compendia lo mejor de quien ha quintaesenciado su sabia sensibilidad lírica, sedimentando su experiencia en versos incisivos y deslumbrantes.
De modo certero y sobrecogedor se incluye aquí la crueldad de la guerra civil española, la rendida admiración hacia Unamuno, el afán contestatrio de la convulsa actualidad, junto a la cercana evocación de Aleixandre, la reconocida influencia de Fray Luis de León, el magisterio de Goethe, la sombra de Platón o el recuerdo de Leopoldo Panero y su conflictivo mundo familiar en una clara reivindicación de su liberal talante intelectual y afinada percepción poética. «Meditación en Castrillo de las Piedras» es un modelo de semblanza clásica teñido de un clima que presagia lo peor: «Era agosto,/mas un hombre se abría hacia el silencio frío/de una doble muerte.»
Las estaciones
Otros conmovedores poemas, como «Las estaciones de la vida», inciden en el implacable paso del tiempo; o «Germinación», sobre el milagroso ciclo de las cosechas y floraciones; sin olvidar la atmósfera de «Dos cipreses», la simplicidad serena y natural de «Un río, un monte, aquella mar», la arquitectura simbólica de «La casa», el valor musical del silencio en «Un concierto», el misterio de la creación poética con «Madruga la palabra», el misticismo telúrico de «En la sima», o la admiración de siempre hacia los contenidos éticos de la anhelada estética ideal en «Clara en los Uffizi». Con el tono, el ritmo y la cadencia de una maestría perfeccionada durante años, nos acerca al Colinas más humano si cabe, cercano en el tratamiento de temas cotidianos, acertado en ponderadas reivindicaciones sociales, profundo en sus meditaciones existenciales y reconocible en su ya clásica conjunción del amor y la muerte. La función creativa del conocimiento, de la iluminación poética culmina en versos como estos: «Ahora veo mejor./Acaso porque sé / que ya no sé. / Sabiendo.»