Jacobo Siruela: «Me importan un comino las leyes y caprichos del mercado»
Jacobo Siruela / Editor y escritor. Literatura, historia, arte, mitos o la búsqueda de lo femenino que emprendió la poeta Valentine Penrose. En su último libro reúne diferentes ensayos donde reflexiona sobre la belleza y el mal.
Literatura, historia, arte, mitos o la búsqueda de lo femenino que emprendió la poeta Valentine Penrose. En su último libro reúne diferentes ensayos donde reflexiona sobre la belleza y el mal.
Un libro que ningún criptógrafo ha conseguido aún descifrar; un volumen formado por quince imágenes; un texto que, para comprenderlo, hay que remontarse al pitagorismo; una novela que intenta describir el mundo del inconsciente. Jacobo Siruela ha reunido una miscelánea de ensayos y de escritos en «Libros, secretos» (Atalanta), una obra guiada por sus intereses y curiosidades, que apunta en varias direcciones y hunde sus raíces en conocimientos diferentes, como la figura del vampiro, al que dedica uno de estos textos; la epopeya de Gilgamesh o las imágenes de Masao Yamamoto.
–En «libros, secretos» dedica su primer ensayo a textos insólitos. ¿Qué nos fascina de los libros antiguos al hombre moderno?
–Todas estas obras nos ofrecen aquello que nuestra época nos ha despojado: misterio. El misterio tiene poco prestigio y se relega a las esferas populares de la cultura. Cuando en realidad nuestras verdades establecidas no son más que hipótesis envueltas en bruma y todo es misterio. Cada uno de estos libros nos abre perspectivas insólitas y sugestivas que compensan el modelo de nuestra realidad en la que todo está ya dado. Tanto el manuscrito Voynich, como el «Libro mudo», o «La arquitectura natural» o «Formas de pensamiento», nos hablan de unas dimensiones de la realidad y la experiencia distintas y esas ventanas que abren es lo que fascina a nuestra imaginación.
–Estas obras que usted comenta, tienen un denominador común: están escritas para que sólo sean leídas por unos pocos. En ocasiones, ni eso. ¿No es casi una contradicción?
–Bueno las comunidades pitagóricas o los alquimistas, por poner dos ejemplos de dos de los libros mencionados, demandaban mucha disciplina para alcanzar sus objetivos espirituales y cierto talento, que no tiene todo el mundo. Además, uno de sus principios más habituales era que esas cosas se debían mantener lejos del «vulgo», como decían en aquellos días, que nada comprende y todo trivializa.
–Asegura que nos hemos olvidado de «corrientes subterráneas» que han marcado nuestra cultura. ¿De qué conocimientos nos estamos olvidando ?
–En efecto, la modernidad es la Ilustración, pero también su contrario, el Romanticismo. Y desde comienzos del siglo XIX muchos escritores y artistas se ven atraídos, cuando no totalmente influidos, por corrientes espirituales más o menos subterráneas, desde Balzac y Baudelaire a los movimientos artísticos de vanguardia. Cuando el dogmatismo materialista del positivismo decimonónico se implanta en las sociedades burguesas del XIX como pensamiento único frente a las religiones oficiales, los más despiertos buscan nuevas sendas fuera de estas dos estrechas categorías del pensamiento.
–En su libro afirma que la «belleza» está desposeída de su sentido original.
–Nuestro mundo es cada vez más feo. Nuestras obras también. Si vemos, por ejemplo, sin ánimo de citar al gran arte, las cerámicas populares que se hacían en el siglo XVIII y las que se hacen hoy en día, salta a la vista que en las primeras todo es vida, frescura y belleza natural, mientras que las segundas son horrorosamente toscas. Y eso se debe, en primer lugar, a nuestro paulatino alejamiento de la naturaleza. En la naturaleza, como decía Rodin, todo es bello. Y segundo, se debe también a nuestro alejamiento de la espiritualidad. La belleza es la cualidad espiritual del mundo. La ciencia afirma que todo en el mundo material actúa por necesidad, pero la belleza no es necesaria ni para el desenvol-vimiento,ni la selección o supervivencia de las especies. La belleza es la excepción que confirma una regla, en parte falsa. Además un mundo sin belleza es un mundo sin alma, y un mundo sin alma es un mundo sin humanidad.
–Dedica un capítulo al mito del vampiro. ¿Cómo ve la evolución de este personaje? Últimamente está encarnado por adolescentes y ha perdido parte de su dimensión más violenta y brutal. ¿Forma parte de una relativa decadencia cultural de la sociedad?
–El vampiro es una de las invenciones literarias más ricas y potentes del siglo XIX con raíces míticas y simbólicas más complejas. Hace quince años me fascinó este tema y me dediqué a estudiarlo. Y no deja de parecerme curioso que a pesar de ser un tema que cada vez se vulgariza más, como todos los mitos verdaderos, nunca pasa y se renueva sin cesar. Hay algo esencial en él que lo hace permanecer siempre vivo.
–¿Considera que estamos perdiendo nuestro patrimonio mítico y antiguo? ¿Qué puede acarrear eso si sucediese?
–Los mitos son para mi los tesoros más preciados de cada civilización y su olvido es dramático, porque el ser humano no puede vivir sin mitos e inventa otros sucedáneos míticos falsos como el de la raza, la nación, o el progreso, que nos llevan al desastre por estar alimentados de elementos emocionales inconscientes que operan una especie de hechizo en los pueblos.
–En 1982 usted montó la editorial Siruela. ¿Qué ha cambiado desde ese año a hoy en nuestra sociedad? Inició entonces, por ejemplo, una colección de clásicos medievales.
–En Atalanta tenemos una colección llamada Memoria mundi que cumple esta función. Ahí hemos publicado, por primera vez, la versión completa de las «Memorias de Casanova» cuyos 5.000 ejemplares de la primera edición, para mi sorpresa, están a punto de agotarse. Ahí hemos publicado una de las cinco grandes novelas de China, con casi 3.000 páginas, el «Jin Ping Mei», novela altamente erótica y también del siglo XVIII; o el «I Ching» por primera vez traducidas del chino; o los «Libros proféticos», de William Blake, con todas sus ilustraciones en color. O en primavera del año que viene, la poesía completa, también bilingüe, de Rimbaud. Y, salvo Blake, todas estas obras cuentan con segundas o terceras ediciones, lo que muestra que el lector quiere tener en su biblioteca obras bellas de grandes libros en versiones fiables.
–En los años a los que me refería, incluso los best-sellers resultaban de una tremenda calidad: «El nombre de la rosa», «El perfume», «La insoportable levedad del ser», entre otros muchos. ¿Qué ha cambiado en el mercado editorial?
–Desde hace ya algún tiempo me importan un comino las leyes y caprichos del mercado. Ando por mi propio camino que, como dijo el poeta, se hace al andar, y publicamos todo aquello que nos parece interesante.
–Usted es un editor inusual en el planisferio cultural español. ¿Es necesario volver a una edición más cuidada y más selecta? ¿Hemos descuidado un poco la edición de libros?
–Al contrario, la mayoría de las nuevas pequeñas editoriales siguen esta senda, que abrí hace años, y publican ediciones de gran calidad tratadas con mucho mimo.
–En estos tiempos de crisis se han cerrado muchas librerías. Resultan esenciales para sellos como el suyo, que apuestan por la historia, el ensayo y una cuidada y seleccionada literatura. ¿Cómo observa este momento? ¿qué se debería hacer para apoyarlas?
–No creo que haya que apoyar nada. Se dijo que el libro de papel iba a desaparecer y no es cierto. Inka y yo casi éramos los únicos que no creíamos en esto y nos llamaban retrógrados. Para sobrevivir hay que transformarse. Hacer pequeñas librerías con los costes muy bien amañados, librerías creativas, capaces de crear en ellas una comunidad de lectores que compran libros y se toman un café allí, como he visto. Los lloriqueos no sirven. Todo negocio ha de mantenerse porque su gestión es buena y porque lo que vende es necesario. Es ley de vida. Las librerías no van a desa-parecer. Lo que sucede es que la crisis va a obligar a crear una nueva forma y cultura de comprar libros. Y ése es el reto que tenemos por delante.
–En alguna entrevista ha declarado que hasta los 18 años leía de una manera más desordenada. Después le guió Jorge Luis Borges. ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas formativas?
–En primer lugar, a los 18 años, Borges, en segundo lugar Borges, en tercero Nietzsche, Schopenhauer, Henry James, Chretien des Troyes, Rulfo, Homero, «Las mil y una noches», Conrad, Octavio Paz, entre otros muchos.
–¿Qué personas de su familia ejercieron un influjo cultural decisivo durante su juventud?
–Mi madre me inculcó la pintura. A mi padre le divertía que escribiera artículos para una revista, creo que de la Cruz Roja, y me animaba a escribir. Por eso le dediqué in memoriam mi libro «El mundo bajo los párpados». Pero la verdad es que mi familia influyó poco en mi trayectoria intelectual. Siempre he seguido un camino independiente de la familia.
–¿Hubo un hecho determinante que le empujara a dar el paso y convertirse en editor?
–La temeridad juvenil.
–En ocasiones se le ha tildado a usted de bohemio. Y, también, de hombre arriesgado por emprender proyectos editoriales contra toda la lógica del mercado. ¿Qué opina? ¿Son críticas o piropos? ¿Es usted un rebelde?
–Bueno, loco, bohemio y rebelde, en el sentido no banal de estos términos, me parecen formas elogiosas de describir lo que ha sido mi vida.