Javier Reverte, como un neoyorquino más
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Es la única ciudad del mundo de la que todos tenemos recuerdos, la hayamos visitado o no, tal es el vigor con el que ha impregnado la cinematografía y la pequeña pantalla. Por eso, y porque se trata de una urbe en constante movimiento, no resulta fácil escribir sobre Nueva York. Siempre habrá alguien que se sentirá defraudado. Asumiendo ese desafío, Javier Reverte hizo la maleta y, aprovechando el guiño económico de un premio literario, se trasladó durante tres meses a un pequeño apartamento de Manhattan dispuesto a convertirse en un neoyorquino más. «New York, New York» (Plaza & Janés) es el resultado de esa vivencia de libertad de la que se empapó al ritmo de sones de jazz, una música que aprendió a amar durante su estancia neoyorquina.
Como no podía ser de otra forma, a un espíritu inquieto como Reverte Nueva York le empujó a escribir. Al igual que las sabanas de África, los ríos de Alaska o los mitos de Grecia y, más recientemente, ciudades como Roma. Alguien pensará que el escritor de viajes más leído de España ha domesticado su alma aventurera. Y no es así, porque Reverte mantiene intacta la curiosidad, y el sentido del humor, que le han llevado a recorrer el mundo y contárnoslo.
Mientras bucea en el pasado de la ciudad, el autor rastrea incansable la intrahistoria de Nueva York en sus calles, en sus mercados, en el metro, en sus librerías, en sus parques y museos. De «la chabacana y hortera» Times Square a Harlem, que «en los días festivos parece vestirse de boda». Del «corazón salvaje» de El Barrio a Washington Square, «la plaza más hermosa de Nueva York». Del Village a Chinatown, «que huele siempre a soja y a sudor de Asia». Y tiene tiempo, también, para seguir las huellas de su admirado Melville en Battery Park. El Nueva York de Reverte rezuma vitalidad y dinamismo y seduce al lector con el creciente embrujo de un trompetista de jazz.