La «Duquesa de Alba» negra de la que nada se sabía
La última ficción de Carmen Posadas, «La hija de Cayetana», recupera la historia real de María de la Luz, la hija de raza negra que adoptó Cayetana de Silva
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La última ficción de Carmen Posadas, «La hija de Cayetana», recupera la historia real de María de la Luz, la hija de raza negra que adoptó Cayetana de Silva
Clara es una esclava cubana a la que la vida le da una bofetada de ida y vuelta. Sin tiempo a que abra los ojos o coja aire de nuevo, pierde de sopetón al amor de su vida y esposo, y a una parte trascendental de toda madre, su hija. María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo es la otra mujer de la historia. La inmensidad del nombre ya da una idea del abismo que se abre entre una y otra. Cayetana –por cuestiones prácticas y en contra de su deseo–, efectivamente, es una persona de alta alcurnia. De siempre había estado tocada con la varita de las élites y las despreocupaciones de los mortales, y, aun así, su prematuro matrimonio con otro hombre de pedigrí –su primo José Álvarez de Toledo y Gonzaga, marqués de Villafranca del Bierzo y duque de Medina Sidonia– lo redobló todo. Haciendo que las dos familias más poderosas de su tiempo –Alba de Tormes y Medina Sidonia– se juntaran en una sola y naciendo, así, una casa insuperable en la España de finales del XVIII. Tanto como para ser competencia directa de la propia monarquía –no era precisamente estrecha la relación entre Cayetana y la reina María Luisa de Parma, más bien se trataba de enemigas–.
- Luz y sombras
Pero al final, como ha ocurrido en este mundo desde tiempos inmemoriales, todos somos iguales ante lo inevitable. Así que estas dos señoras terminan equiparando sus vidas por un mismo hecho: la muerte de sus maridos. El único lazo de unión. Pues el siguiente nexo que tendrán será tan idílico para una como trágico para la otra. María de la Luz es el nombre de ese vínculo. Al menos, así será como se la conozca en el mundo palaciego. Porque el pasado esclavista de la niña enterrado está. Eso es lo que nos ha llegado hasta hoy, poco o nada.
Es la historia que Carmen Posadas rescata en «La hija de Cayetana» (Espasa) –disponible en otoño–. Cimenta su libro en un pasaje de la poderosa casa que apenas se ha tocado hasta ahora: la adopción de María de la Luz, de raza negra, por parte de Cayetana de Silva, XIII duquesa de Alba. Éste es el hilo de la historia que la escritora uruguaya ha querido tomar para desarrollar una trama con la que quiere hablar del trato que obtuvieron los negros esclavos en España a finales del XVIII y principios del XIX, en la que, sí, existía tal sometimiento. Hechos reales, pero «desconocidos» –destacan en la editorial–. Y es por ello que Posadas se ha permitido la licencia de trazar una obra que viaja paralela entre la sabida vida de la noble y la enigmática y ahora dibujada sobre los orígenes de María de la Luz, centrada en la figura de su madre biológica –Clara, en el libro, que hasta este otoño no saldrá a la venta y del que poco se ha querido desvelar–.
Con el vacío histórico de los primeros años de la pequeña, lo que ha llegado a hoy es la memoria de la XIII duquesa de Alba (1762-1802). Nacida en Sevilla, Cayetana no tuvo una infancia idílica, más aún cuando a los ocho años perdió a su padre. Hito que, al carecer de hermanos, la convertiría en la heredera de todos los títulos nobiliarios de éste, así como los que dejara su abuelo, Fernando de Silva y Álvarez de Toledo. De quien heredaría el de duquesa de Alba y hombre que terminaría siendo responsable del enlace entre Cayetana y «Pepe» cuando no contaba más que doce primaveras. Su madre, Ana de Silva-Bazán, todavía se casaría dos veces más, desentendiéndose de una educación que legaría en el líder de los Alba.
Junto a él forjaría un carácter rebelde, caprichoso y, aun así, admirado por los contemporáneos de su época. De dentro y fuera de España, donde ya ostentaba el título virtual de ser la mujer con más credenciales por detrás de su desapegada «amiga» María Luisa, quien dicen que le tenía algo de tirria por culpa de su belleza –cuestión de gustos–. Desde luego, el francés Fleuriot de Lange lo tenía claro: «No tiene un solo cabello que no inspire deseo. Nada hay más hermoso en el mundo. Ni hecha a encargo podía haber resultado mejor. Cuando ella pasa por la calle, todo el mundo se asoma a las ventanas, y hasta los niños dejan de jugar para mirarla».
- Para desgracia real
Además, cartas y escritos de la época añaden la gracia, el ingenio y la generosidad como parte de sus activos, para desgracia de la reina. Todo en el ella formaba una mezcla que la convertía en una mujer con más libertad de la entendida entonces por la aristocracia y con cierto paralelismo a la última duquesa de su familia. Y no sólo por la colección de títulos nobiliarios, algo innato en la Casa. «Hubiera sido una buena generadora de portadas y exclusivas, como su sucesora», comentan los expertos. Lástima que en el XVIII no se estilase.
Aparte de la monarquía, la Casa de Alba de Tormes luchaba en popularidad y poder con los duques de Osuna, el otro gran apellido. Para demostrar quien podía abarcar y ostentar más, no eran raras las fiestas en las que la aristócrata abría sus palacios de La Moncloa y de Buenavista a la gente de a pie, incluidos poetas e intelectuales.
Al margen de su bondad –o interés–, lo que Cayetana tenía claro es el deseo de ser madre. Lo dudó y la andaluza optó por la vía rápida: adoptar a la pequeña María de la Luz. Una más de la familia, quiso para ella todo eso que le había faltado en sus primeros años. Lo recogen los libros y, sobre todo, los lienzos y bocetos de Francisco de Goya, que no sólo plasmó a doña Cayetana en múltiples cuadros, sino que también hizo lo propio con la pequeña. Era habitual ver a la duquesa de Alba acunar en sus brazos a la niña en sus retiros en Sanlúcar de Barrameda, así lo muestra el dibujo que el pintor realizó en el pueblo gaditano y que abre estas líneas. También es ella quien tira del vestido de «la Beata» –Rafaela Luisa Velázquez, camarista de la duquesa– en otro de los lienzos, en esta ocasión lo hace junto a Tomás de Berganza, hijo del mayordomo.
Representaciones que también dan buena fe del intercambio madre-hija que existía. Pese a ser todavía un «mico», los retratos muestran cómo Cayetana vestía y adornaba a su pequeña con las joyas que ella lucía: el mismo collar se puede apreciar en el citado «La Beata con Luis de Berganza y María de la Luz» y en «La duquesa de Alba», en el que Cayetana aparece en solitario. La música y vestirse de maja, otras de las aficiones de la niña que han trascendido.
Cuenta la leyenda que de no haber muerto tan joven Cayetana –a los 40 años– la vida de María Luz hubiera sido muy distinta. Hipótesis. No le había dado a luz, pero era su hija y así la quería. Es por ello que la puso en su herencia. No le pudo dejar títulos, pero sí una gran parte material.
Del resto, poco más se sabe. Toca esperar a otoño para, de la mano de Posadas, abrir la imaginación sobre el pasado difuso de la «duquesa de Alba» negra que nunca fue tal.
¿Fue la duquesa la inspiración de Goya en sus «majas»?
El primer testimonio que tenemos de la relación de Goya con Cayetana es una carta de 1794 del pintor a su amigo Martín Zapater: «Más te valía venir a ayudar a pintar a la de Alba que ayer se metió en el estudio a que le pintase la cara y se salió con ello; por cierto me gusta más que pintar en lienzo, que también la he de retratar de cuerpo entero y vendrá apenas acabe yo un borrón que estoy haciendo del duque de Alcudia a caballo». Tras ello, llegaron muchos retratos y dibujos que terminarían desembocando en una gran amistad. O algo más, porque son muchas las voces que apuntan en la dirección de una posible relación de pareja entre ambos, al igual que hay otros tantos que lo hacen en la otra dirección. Lo que fuera quedó entre ellos. Al igual que la modelo de «Las majas» –en la imagen, «La maja vestida»–, un papel atribuido en principio a la gaditana Pepita Tudó y que las mismas fuentes del posible romance defienden que se trata de la XIII duquesa de Alba.