La Jane Austen del siglo XXI
«Las luminarias» logró dos récords: convertir a su autora en la ganadora más joven de la historia del Premio Man Booker y que su libro fuera el más voluminoso de los galardonados hasta la fecha. La historia cuenta con todos los ingredientes necesarios para convencer al más severo de los jurados y al más ambicioso de los lectores: disparos sin balas, venganzas, documentos falsificados, traiciones, secretos, corrupción, naufragios, espiritismo.... Año 1865, en una pequeña ciudad de la isla Sur de Nueva Zelanda, Hokitika, que por aquel entonces apenas es un poblado que atrae a miles de buscadores de oro. Como toda historia de misterio que se precie, varios hechos aparentemente fortuitos ocurren un tempestuoso día de enero: una prostituta, Anna Wetherell, a la que han encontrado inconsciente bajo los efectos del opio, y de quien se sospecha un intento de suicidio (delito, por aquel entonces); la desaparición de Emery Staines, un rico joven a quien la fortuna ha sonreído en los yacimientos y la muerte (aparentemente por causas naturales) de un ermitaño así como el posterior hallazgo de una fortuna en pequeños lingotes de oro enterrados en su cabaña. Ante tales hechos, los doce hombres más poderosos de la ciudad se reúnen para analizar los motivos y vínculos, hasta que son interrumpidos por la llegada de un extraño, un joven que también guarda su propio secreto. En tanto que es cardinal en la novela el tema del destino, la autora introduce cada una de las partes del libro con una especie de carta astral en la que los doce signos del zodiaco se corresponden con los doce hombres del salón. De igual modo, hay una lista de personajes estelares e incluso prologa el libro con una nota en la que explica que «las posiciones estelares y planetarias del libro se han detenido de manera astronómica».
Autocensura
Estamos ante una narración omnisciente que rinde homenaje a la novela victoriana, escrita con un deliberado lenguaje arcaico a la manera de Jane Austen o Dickens. Como marcan las convenciones de este tipo de relato, el escritor hace acto de presencia en el texto para comentar los hechos o alertar al lector de algún detalle que haya quedado poco claro. La autocensura de palabras prohibidas o el resumen en cursiva que precede a cada capítulo son otros detalles cuidados, como mandan los cánones decimonónicos. Por resumir: un novelón aristocrático en sus formas y luminoso en su fondo, que sigue al dictado la receta de Wilkie Collins: «Hazlos llorar, hazlos reír... Hazlos esperar».