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La noche de la iguana de Lucia Berlin

larazon

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¿Quién no recuerda «Manual para mujeres de la limpieza» que logró sacudir el esclerosado paisaje y paisanaje literario? El presente volumen no desmerece en nada a aquel bestseller tardío (la autora pasó su carrera literaria en las bambalinas del éxito). Las historias de este volumen siguen siendo vibrantes, eléctricas, como si no hubiera toma de tierra entre el polo positivo y el negativo. A ritmo de sístole y diástole, su verbo puede ser sosegado y espontáneo o «telegramático» y vertiginoso, hasta que la mente del lector recibe la sacudida; la perfecta sinapsis neuronal para sintonizar con su ritmo, su historia, sus inquietudes... y latir al unísono como un único corazón. Su trayectoria es la crónica de una ignorancia de la crítica anunciada. Lo que los periódicos de su época no supieron ver y dejaron pasar por alto. Entono un mea culpa porque quizá hoy, nos hubiera ocurrido lo mismo, enterrados en notas de Prensa, «booktrailer» y seguidores en redes. Pero, una vez, Guillermo Cabrera Infante me dio una lección: «Los libros buenos, a pesar del tiempo y de su tiempo, se abren paso y terminan saliendo a la luz». Eso le ha ocurrido a Berlin.

Camellos y vividores

Estamos ante cuentos dolorosos, preciosistas, llenos de humor negro e historias brutalmente humanas que pasaron inadvertidos para sus coetáneos. Hablaré de la historia de uno solo: En el bar de un hotel de Puerto Vallarta, Jalisco, a comienzos de los años 60, parte del equipo de rodaje de «La noche de la iguana» sigue su ritmo. John Huston apura el mezcal que le traen de contrabando junto a una Liz Taylor y un Richard Burton descontrolados mientras Ava Gardner se pasea con su amante mexicano. La escena central de «Una noche en el paraíso» la firma Lucia Berlin, y para cuando el lector cae en la cuenta de que los verdaderos protagonistas de la narración son el barman y su mujer india, o los jóvenes camellos y vividores, ya es demasiado tarde. Han caído en las redes de una prosa sórdida y descarnada; irresistible.
No tiene ni ngún sentido buscar interpretaciones autobiográficas porque la narradora, que vivió en Santiago de Chile, México y Texas, que publicó sus primeros relatos en la revista «The Noble Savage» de Saul Below y fue injustamente olvidada. Trabajó de enfermera, telefonista y mujer de la limpieza y tuvo tantas vidas como relatos dejó a la posteridad (77 conocidos). El mundo la redescubrió en 2015 gracias a otra grande, Lydia Davis. Hay quien la define como una Carver o un Bukowski... pero puede que Berlin sea mejor que los dos juntos. Júzguenlo.

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