La pandilla que no quiso crecer
Una genuina intriga de horror siempre se enreda en los recursos clásicos de Poe. El desplazamiento realista no impide que en «El hombre de tiza» C. J. Tudor recurra a lo siniestro para crear ese estado de inquietud imprescindible para mantener en vilo al lector ante los extraños sucesos que ocurrieron en la adolescencia de los protagonistas. Que de vez en cuando caiga en la truculencia es un homenaje a la novela gótica pero, sobre todo, a los relatos de una pandilla de chicos en un entorno rural. Sus referentes son «Stand by Me» de Stephen King y «Los Goonies» (1985). Un relato nostálgico sobre la infancia sin las extravagancias paranormales de «Súper 8» (2011) y «Stranger Things» (2016).
Si hubiera que encontrar un símil adecuado al tipo de ficción posmoderna que entremezcla el pasado a voluntad, sería «Los cinco» de Enid Blyton, narrado con la exigencia literaria de «El guardián entre el centeno» (1951), de J. D. Salinger. Ella también firma con sus iniciales y el apellido. Muchas referencias literarias para encuadrar una novela de prosa refinada que trata del error y la culpabilidad. Está narrada en primera persona por un niño perplejo envuelto en una peripecia de accidentes mortales casualidades y tragedias, hasta que, ya en la cuarentena, se obliga a encajar las piezas de este rompecabezas que es la vida.
«Nunca presupongas nada. Duda de todo. Mira siempre más allá de lo evidente». Esta consigna paterna guía a Eddie y lo mantiene ojo avizor en la edad adulta, hasta que le da sentido al conjunto de hechos deslavazados que le obsesionan y se libra del pasado y de la culpa. El desencanto comienza el verano de 1986: «La decadencia y la muerte parecía impregnarlo todo. Ya nada ofrecía un aspecto fresco, colorido o inocente». Ese fue el verano que lo cambió todo. «El hombre de tiza» es una novela de iniciación en la que la inconsciencia y miedos de la infancia dan paso a la perplejidad de la madurez: «Como si el pueblo entero hubiera quedado suspendido de forma temporal en una polvorienta cápsula del tiempo».
Terror gore
Un juego de equívocos dramáticos, con su parte de terror gore bien dosificada, muertes espantosas y sueños vívidos que dotan de una atmósfera de pesadilla a la estupenda narración de C.J. Tudor. El tipo de intriga psicológica que permite sorprender al lector con un relato duro desde la perspectiva de un niño que despierta a la vida con sorpresa y aflicción. Es cierto que algunos sucesos son de una enormidad difícilmente justificable, pero C.J. Tudor va envolviendo el relato con un tono pausado alternando el presente con el pasado. Hacerlo plausible, desvelar las claves y pistas con giros inteligentes, le permite mostrar los estragos de la vida en esos adolescentes atrapados en sus secretos. En el fondo, sus protagonistas son hombres adultos sin emancipar que viven entre el estupor de lo extraño y la sordidez pringosa de la que solo podrán desembarazarse desentrañando el pasado. La novela está muy bien escrita y mejor resuelta, es brillante, digna de la mejor de las consideraciones.