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Larkin, para quedarse helado

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Philip Larkin (1922-1985) está considerado uno de los poetas ingleses más importantes del siglo XX. En 2008, «The Times», lo nombró el mejor de la posguerra de Gran Bretaña. No hay que olvidarlo cuando se lee esta novela, una de las dos que escribió, mucho más prolífico en su obra poética. La elegancia de su prosa y sus sugerentes metáforas muestran desde las dos primeras páginas, de una admirable belleza y concisión, que el aliento poético no se pierde en la prosa y que también ayuda a sobrevivir en los tiempos más crudos.
El frío está presente en buena parte de esta novela. La nieve, el gélido invierno británico, dominan la primera y tercera parte del libro. La segunda es un paréntesis de sol que va a condicionar la vida de la protagonista. Katherine vive en una desconocida ciudad inglesa durante la Segunda Guerra Mundial. Es una joven de un país que no se cita, aunque es fácil suponer cuál es. Las penurias de Inglaterra durante la contienda, el hambre y el frío, la acucian como al resto de los británicos, pero ella, además, es una refugiada. Ocupa un pequeño estudio y trabaja en una biblioteca, su vida es un paisaje yermo y gris que solo ilumina el recuerdo de un verano. La única esperanza en su vida es reencontrarse con el joven del que se enamoró a los 16 años, cuando pasó tres semanas en la campiña inglesa gracias a un programa de amistad por correspondencia.
Apenas transcurren doce horas en esta novela sutil y de estructura muy meditada. Moviéndose en la imposición de ese tiempo, Larkin dibuja la vida frustrada del puñado de personajes que rodean a Katherine y busca una esperanza para su protagonista sabiendo que en la mayoría de las vidas hay un momento de ruptura, un acontecimiento que las cambia de forma definitiva, lo cual no quiere decir que el resultado no pueda ser una decepción que pudiera quedarse congelada entre los copos.