Loco mundo
Suele ocurrir: en Estados Unidos, ese país tan prolífico en producir escritores, cada tanto aparece una nueva voz, una tendencia narrativa original, un autor desconocido o una autora de culto que ha sido leída casi en secreto durante años y a la que, finalmente, le llega el reconocimiento de la prensa y del gran público. Tal es el caso de Edith Pearlman, que con poco más de ochenta años, y tras haber escrito alrededor de doscientos cincuenta cuentos, gracias a la publicación de «Visión binocular» (una antología que reúne treinta y cuatro de sus cuentos y que recibió el National Book Critics Circle en 2012), se convirtió en una de las autoras favoritas de los lectores americanos.
Maestra del relato breve, esta mujer nacida en Providencia en 1936, hija de un padre de origen ruso y de una madre con ancestros polacos, y que creció en un barrio judío de clase media de Rhode Island, comenzó a escribir en sus tiempos libres mientras compaginaba su trabajo como programadora informática y la crianza de sus dos hijos. Hasta que dio paso a un arte mayor: el de escribir relatos sencillos sobre aquellas cosas que parecen no tener importancia, pero capaces de iluminar con el fulgor momentáneo de una prosa tan afinada como poética las zonas más oscuras de la realidad cotidiana.
Comparada con otros maestros del relato breve como Chéjov, Updike, Alice Munro, Grace Paley y Frank O’Connor, en España ya se había publicado «Miel del desierto», un libro que, como «Visión binocular», reunía algunos de los mejores cuentos de esta escritora excepcional: historias breves, pequeñas, protagonizadas por hombres y mujeres que, aunque vivan en las cimas de la desesperación, siempre tendrán una mirada irónica, amable, sobre el mundo.