Los de abajo tienen la palabra
Jo Baker presenta su novela «Las sombras de Longbourn». La obra «reinventa» la mítica «Orgullo y prejuicio» de Jane Austen
¿Qué hubiera pasado si la historia nos la hubieran contado los vencidos en lugar de los vencedores? ¿Y si lo hubieran hecho los siervos en lugar de los amos? Básicamente, esto es lo que propone Jo Baker con «Orgullo y prejuicio» en «Las sombras de Longbourn» (Lumen), una novela en la que la voz protagonista la toman los siervos, que además de atender las necesidades (y los caprichos) de las cinco hermanas Bennet y sus padres, hubieran tenido una vida más alla de la servidumbre, una historia paralela que ahora cuenta la escritora inglesa.
-¿Cómo hubiera sido «Orgullo y prejuicio» si Jane Austen hubiese dejado hablar a los personajes humildes del entorno de la familia Bennet?
-No creo que hubiera mejorado la obra porque funciona perfectamente bien, como la maquinaria de un reloj, elegante y perfecta.
-¿Por qué decide entonces escribir una novela sobre ese otro mundo?
-Mi familia trabajó en el servicio doméstico. Así que es una mezcla de mi admiración por Austen y su mundo, siendo consciente de que yo pertenezco a otro.
-¿Qué pueden aportar estos personajes en comparación con los de clase alta al conocimiento que tenemos sobre la sociedad de principios del siglo XIX?
-Es otra forma de ver el mundo. Los personajes de Austen están constreñidos por una serie de normas rígidas y tienen unas expectativas muy concretas. Pero, al tiempo, en esa época, existe todo un mundo de cultura vernácula, fascinante desde mi punto de vista. Además, en aquellos años nadie escribía sobre esas personas. En la novela victoriana posterior sí que se exploraban las clases más bajas. Y, por supuesto, en la gran novela social de Dickens. Daniel Defoe lo había hecho, pero desde un punto de vista periodístico. Existe un vacío en este sentido.
-¿Se sintió intimidada por crear una novela paralela a otra considerada una de las grandes de la literatura universal?
-Sí y no. Empecé a hacerlo porque me interesaba. Hasta que no avanzó mucho no pensé más allá de mis intereses personales. Entré en contacto con su trabajo porque esta novela transcurre de forma paralela, lo que me hizo pensar en mi propio estilo y en la caracterización y el argumento. Ella escribe de una forma muy clara y precisa; es difícil mantener ese nivel.
-¿Se vio su estilo «contagiado»?
-No quise hacer un pastiche o una parodia, pero también quería rendir homenaje a su estilo. Por tanto, a veces sí que sus estructuras sintáticas resuenan en mi novela y utilizo un vocabulario similar.
-¿Qué diferencias esenciales había entre las mujeres de la época?
-Una de las cosas que quise plasmar fue el diferente tipo de presión que tenían las clases sociales. Las de clase humilde eran vulnerables, pero, al mismo tiempo, tenían la independencia que les daba el trabajo; podían decidir trabajar en un sitio o dejarlo si querían. Eso es algo que una mujer de clase alta no podía hacer.
-¿Cómo funciona para el lector haber leído «Orgullo y prejuicio» y no haberlo hecho en el momento de afrontar la lectura de ésta?
-Si la conoces bien, puedes seguir las dos historias en paralelo, a los personajes fuera y dentro de las estancias. Puede resultar divertido. Si no lo has leído, funciona también de forma independiente, precisamente porque para mí era muy importante darle voz a estos personajes. Cuando estuve en EE UU, en los clubes de admiradores de Jane Austen, la acogida siempre ha sido muy buena.
Machismo en las letras
Escribe sobre una novela escrita por otra en una época que pocas lo hacían. «En mi país, Inglaterra, la mayor parte de las que escriben novelas, y hay muy buenas, no ganan premios literarios. Incluso se discute si debe existir uno a la mejor escritora. Existe la tendencia a considerar que lo que escriben los hombres es más serio. Cuando una mujer habla de un mundo doméstico, se la critica por tener una perspectiva limitada. Cuando lo hace un hombre, eso no aparece en las reseñas. No es una discriminación activa, pero sí hay problemas con la crítica. En el mismo momento en que se habla de literatura de mujeres ya aparece una marginación».