Los reyes del folletín alemán
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Qué magnífica idea, y qué bien desarrollada y ejecutada, la de Francisco Uzcanga Meinecke, director de los departamentos de Español y Estudios Culturales en el Centro de Idiomas y Filología de la Universidad de Ulm, y experto en articulismo hispano y germano. Él es el responsable de prologar, seleccionar, anotar y traducir estos «Clásicos del periodismo alemán (1823-1934)», como reza el subtítulo. El libro propone conocer a fondo el folletín alemán (sí, variante del «feuilleton» francés) que, en Berlín y Viena, las dos grandes cunas culturales que se asoman a lo largo de todas estas páginas, designa «el artículo literario escrito para la prensa, un género que irá desarrollando unas características propias y llegará a alcanzar rango de honor en la historia de la literatura escrita en este idioma».
El lector podrá comprobar tal afirmación de Uzcanga mediante esta antología de artículos publicados desde el inicio del «feuilleton» hasta la etapa de dominio nazi, desde Ludwig Börne y Heinrich Heine, los pioneros en cultivarlo –textos fechados en 1823 y 1836–, hasta Max Frisch, el autor de «No soy Stiller», muerto en 1991 y del que se reproduce un escrito de 1934. Un siglo, pues, de miradas costumbristas, introspectivas, urbanas, denunciadoras, admirativas... Pues de todo hay en «La eternidad de un día» –título tomado de un comentario de un amigo de Ludwig Speidel, uno de los autores seleccionados con un artículo sobre una bailarina y trasfondo fetichista, de 1892–: tanto reflexiones sobre música (un concierto de Paganini que presenció Heine) como deporte (el tenis visto por Robert Musil), las metrópolis (Stefan Zweig acerca de Nueva York), el cine (Heinrich Mann sobre la adaptación de una de sus obras) o la quema de libros hitleriana (Oskar Maria Graf, con su texto «¡Quemadme!»).
Defender la libertad
De entre los cuarenta y cinco artistas elegidos, los más conocidos no serán necesariamente los más interesantes. El traductor incorpora una sucinta e inmejorable nota previa sobre cada uno de ellos que tiene el aliciente de hacernos descubrir grandes articulistas que, además, se movieron en tiempos convulsos o sufrieron diferentes hostigamientos por defender la libertad de sus ideas. Casi todos pertenecen a la burguesía, sobre todo judía, muchos se mostrarán polémicos hasta lo indecible e influirán en la sociedad de forma determinante, bastantes se casarán curiosamente con bailarinas, y otros –no pocos– sólo verán una salida en el suicidio. El húngaro Moritz Gottlieb Saphir, «mordaz e irreverente», tuvo que abandonar Pest, por orden de la policía y hasta fue encarcelado (su texto: «El arte de dormirse, o el arte de aburrirse a uno mismo», 1840). El comunista Georg Weerth, que moriría en La Habana en 1856, pasaría también por la cárcel por una sátira a la nobleza. Y algo parecido le ocurrió a Ferdinand Kürnberger, un activista vienés perseguido por las autoridades prusianas y que escapó a Nueva York.
El folletín vivió, como cuenta Uzcanga, diversos periodos de esplendor en torno a los cafés vieneses, cuando quedaron fijados sus rasgos distintivos: “Estilo ligero y coloquial, gusto por el juego de palabras y la ocurrencia, mezcla de lo concreto y lo difuso, de mundanidad y trascendencia, marcado subjetivismo, libre divagación, búsqueda de la complicidad del lector...”. La Gran Guerra y el nazismo interrumpirían esta forma de captar “la verdad del mundo moderno”, como lo definió Hermann Bahr (que aquí escribe sobre Isadora Duncan), pero la calidad literaria de todos estos genios de un día –la lista es impresionante: Theodor Fontane, Karl Kraus, Alfred Polgar, Robert Walser, Hermann Hesse, Joseph Roth, Thomas Mann, Walter Benjamin...– ha extendido aquel instante periodístico a lo imperecedero.