Lucha de gigantes
La rivalidad entre Magic Johnson y Larry Bird trascendió lo deportivo para convertirse en la lucha entre las dos mitades de EEUU, una confrontación estética y social sobre el paquet tan exagerada que podría servir de libreto para una ópera
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Pocos deportes han evolucionado tanto como el baloncesto en dos décadas. No hay más que ver a las estrellas de la NBA, esos armarios con cuerpos de gimnasta, tipos gigantes que parecen bailarinas hormonadas o espigados escoltas que coordinan movimientos como un karateca hasta arriba de anfetaminas. La NBA ha reflejado como ningún otro deporte las contradicciones internas de Estados Unidos y sus cambios sociales. La reciente publicación de “Cuando éramos los mejores” (Contra) nos conduce de lleno al momento del cruce de caminos en el que el deporte y sociedad se transformaron mutuamente. Porque volver la vista atrás hacia la rivalidad entre Larry Bird y Magic Johnson es más que hablar de baloncesto. Uno era blanco pueblerino, hijo bigotudo de Indiana, el rural estadounidense; el otro, negro de suburbio, sonriente y descarado chico de barrio de Michigan, cuna del motor y la Motown. La historia del jugador de los Celtics no se comprende sin su némesis de los Lakers, pero pocas veces antes se había contado hasta qué punto sintieron celos mutuos y hasta dónde fueron capaces de llevar su amistad en el ocaso de sus carreras.
Las gestas deportivas serán las sagas y leyendas de los próximos siglos, y toda mitología merece ser contada como ésta, en el libro que firma la periodista Jackie MacMullan. A pesar de que tanto Bird como Johnson aparecen como autores, el libro está escrito en tercera persona y apoyado en los recuerdos de los dos protagonistas y docenas de testigos que incluyen compañeros de equipo, directivos de sus clubes, familiares y periodistas. Magic y Larry inventaron el baloncesto moderno con las dos caras que todavía hoy tiene el deporte: el “showtime” de un lado, la defensa al límite y la astucia del otro. Antes que ellos había grandes jugadores, como Jerry West, Julius Earving, Bill Russell y Wilt Chamberlain, pero la liga no pasaba de ser un juego de exhibición para apostadores que, en vez de ir a las carreras de galgos, fumaban sus puros en el baloncesto. Ninguna cadena nacional emitía las finales de la liga, que tenía un serio problema de drogas y de imagen... hasta que llegaron nuestros dos protagonistas.
Su rivalidad abarca su carrera completa, desde el deporte universitario, cuando ya comenzaron a retarse (y Magic se anotó su primera victoria), hasta la retirada prematura de ambos. Pero su impacto en la NBA sería total: raza negra contra blanca, este contra oeste. El estoico Larry contra el gamberro Magic, los dos con un inmenso talento. MacMullan tiene acceso a los dos jugadores, que cuentan hasta qué punto llegaron a odiarse sin conocerse. Miraban las estadísticas del otro cada partido para motivarse. “Nunca confesé cuánto dejé que Magic Johnson dominase mis pensamientos”, cuenta Bird. "Me propuse acabar con el. Ya no iba a hacerme el simpático", asegura Magic después de la dolorosa derrota en las finales del 84.
El comportamiento de cada uno fuera de la cancha habla por sí solo: Magic alternaba con Sean Connery y Jack Nicholson, e iba a la mansión Playboy con Jerry Buss -el propietario de la franquicia- cuando era un novato de primer año. Será un habitual en la caravana de gira de los Jackson Five. Bird, en cambio, se quedaba por las nnoches en su casa de Boston bebiendo un pack de seis cervezas ante la tele. A finales de los setenta y principios de los ochenta, era costumbre que los equipos locales proporcionasen al vestuario visitante una caja de cervezas frías después del los partido. Bird llenaba de latas una funda de las almohadas que habían cogido del hotel y casi nunca dejaba nada.
Eran dos mundos opuestos colisionando y, sin embargo, ambos poseían el mismo temperamento. Ambiciosos, despiadados, dos tipos a los que las derrotas no les dejan dormir. Un impulso asesino lanzaba a Larry a seguir presionando al rival y a sus compañeros aunque ganasen de treinta. Pedía a Kevin McHale que siguiera martirizando la defensa rival para incredulidad de éste. Nunca levantaba la bota del cuello del enemigo. A pesar de su palidez, estaba hecho de la carne de John Wayne. Magic odiaba perder incluso cuando jugaba contra niños. Discutía en los entrenamientos aunque después apareciera en las fotos dando un pase hacia el lado contrario al que dirige su sonrisa. ¿Por qué? “Porque uno sentía la presión del otro como un fantasma. Odiaban ver la fea cara de su rival asomándose a las portadas del día siguiente”, dice MacMullen. Luchaban cada balón suelto, se tiraban por el suelo con una pasión extinta por el juego.
No se puede ignorar el peso de la historia. Celtics y Lakers son todavía las dos grandes dinastías de la mejor liga de baloncesto del mundo. 17 campeonatos contra 16 y décadas de antagonismo. Una rivalidad tan grande como para perder amigos que fichan por el equipo rival. Jerry West, legendario jugador de los Lakers que perdió cinco finales contra los Celtics, se negaba a pisar el Boston Garden cuando era directivo angelino. Ese Garden encantado, que, según la leyenda, albergaba un parquet tramposo, lleno de zonas huecas estratégicamente situadas en las que el balón botaba de forma irregular. Sólo los locales las conocían.
La rivalidad, caldeada por la prensa, crecía exponencialmente. MacMullen describe las estrategias, narra las jugadas clave como si estuvieran ocurriendo ante los ojos del lector y comenta el papel decisivo de los secundarios: Abdul-Jabbar, Byron Scott, Michael Cooper y James Worthy en los de California; Robert Parish, Kevin McHale, Danny Ainge y Bill Walton en los de Massachussets. Los partidos eran tan intensos que los aficionados necesitaban una ducha a la salida y la cosa llegó a ponerse fea: los ánimos se caldearon y llegó el juego sucio con una dura falta premeditada. El cuerpo de Kurt Rambis cayó a plomo sobre el parquet como 120 kilos de patatas. “Antes del golpe a Rambis, los Lakers cruzaban la calle como querían. Luego, pulsaban el botón y miraban a ambos lados”, dice Bird gráficamente. De las tres finales de la NBA disputadas entre ambos, los Lakers ganaron dos y los Celtics una, aunque esa es la parte menos interesante de la historia.
Esta parece la típica historia americana, pero tiene un giro fantástico. En el momento de mayor ebullción de esta enconada rivalidad ocurrió lo inesperado: los dos líderes de las aristocracias rivales se hicieron amigos. ¿Y todo por que? Por un anuncio de zapatillas. El súmum de la poética capitalista y una puerta a la era presente. La marca Converse cambió la historia del patrocinio deportivo y preparó el camino al surgimiento de Nike. No solo eso: gracias a la épica rivalidad de Magic y Larry se disparó la venta de camisetas de forma exponencial y apareció una insólita cadena con la loca idea de emitir 24 horas de programación deportiva: la ESPN.
El libro cuenta la intimidad de aquel encuentro en la casa de Bird. Pocas palabras bastaron para firmar la paz, se dieron cuenta de que, en el fondo, eran las marionetas del mismo circo. Llevaban años jugando al al límite, y los tiempos eran otros. Larry tenía la vértebra L4 retorcida y comprimida sobre la 5, y un nervio estaba atrapado enmedio. Años de choques, de salir despedido y de codazos le provocaban un dolor desgarrador que le recorría la pierna y le obligaba a llevar un corsé de fibra de vidrio. Poco después llegaría el dramático anuncio de Magic, el momento álgido de esta ópera deportiva. En una comparecencia de prensa histórica, Johnson reconoció que había sido diagnosticado de VIH. Había poca información y nadie quiere acercarse a Magic, ni pedirle un autógrafo, y mucho menos chocar la mano. Menos Larry, quien reconoce en el libro que el anuncio de su amigo y rival le hizo sentir como cuando su padre se suicidó. El jugador de los Detroit Pistons Isiah Thomas, su amigo, difundirá rumores sobre la homosexualidad de Magic y pagará después el mal karma siendo vetado por sus compañeros para el “Dream Team” de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Para entonces, los dos amigos saben que su tiempo ha pasado. Llegaba un joven llamado Michael Jordan.
Título: “Cuando éramos los mejores”
Autor: Jackie MacMullan
Editorial: Contra
Páginas: 353
Precio: 20,80
HIJOS DE LA CLASE TRABAJADORA
Qué bien saben estas historias con su salsa americana. Esa que aliña los triunfos de las personas con menos probabilidades de conseguirlos: exactamente las de las familias Bird y Johnson. El padre de Magic hacia un turno completo de noche en la General Motors antes de irse a trabajar otra jornada a una gasolinera. Earvin, su hijo, tenía sólo dos pantalones y un traje para ir a la iglesia y obedecía sin rechistar a su padre. Mientras, Joe Bird era un veterano de la guerra de Corea que no había logrado superar el trauma. Tuvo una infinidad de trabajos y algunos problemas con el alcohol. Se mudaron de casa 15 veces en 16 años, siempre al borde de la quiebra. Larry quería a su padre aunque se gastase a veces el dinero en el bar, pero finalmente sus padres se divorciaron. Cuando Larry tenía 19 años, la policía se presentó en casa del padre para notificarle que se había vuelto a retrasar en el pago de la manutención de sus seis hijos. Joe Bird le pidió a la policía un par de horas para solucionarlo. A continuación llamó a su mujer para disculparse, le contó lo que iba a hacer, colgó el teléfono y se pegó un tiro. Dejó a su familia sus deudas con la Seguridad Social.
EL UMBRAL DE DOLOR DE LARRY
De todas las revelaciones del libro, una de las más impactantes es la tolerancia de Larry Bird al sufrimiento. No sólo por los dolores crónicos de espalda que soportó durante el último tercio de su carrera, sino por situaciones puntuales. Jugó con una fractura en la órbita del ojo (“veía dos canastas”, cuenta), también después de una conmoción cerebral y se bajó de la camilla del pabellón para volver a la pista. Odiaba el banquillo más que ninguna otra cosa. Tampoco le detuvo una infección entre los dedos del pie: salió a la pista y regresó de ella con el calcetín encharcado en sangre. “Era el tipo más duro que he visto nunca. El problema es que era poco tolerante con los jugadores que no tenían su resistencia. Es decir, todos”, contaba M. L. Carr, compañero en el 84.