Crítica de cine

Mi pena y yo

Mi pena y yo
Mi pena y yolarazon

La historia arranca en ese momento en que la vida emocional de un músico fracasado es puro detritus por una decisión tan inmadura como difícil de comprenderse. Sin razón aparente, y tras un solo día de matrimonio, simplemente ha huido del lado de Jocelyn, su mujer, y trata de juntar los pedazos de su pasado en la casa de veraneo familiar en pleno noviembre, adonde ha huido sin una maleta. Digamos que la situación es un nueve en la escala de planes deprimentes.

A nuestro narrador (que no tiene nombre, pero es un trasunto de Joe Pernice, escritor y músico profesional en bandas independientes sin gloria) tampoco le consuela que su hermana acabe de divorciarse. Está decidido a dejar pasar los días con cerveza y cigarrillos, a ver si la situación se resuelve sola, mientras va a comprar suministros al autoservicio en la diminuta bicicleta de su infancia. Cada día, su cuñado James, un auténtico gañán americano, le entrega a su sobrino para que lo cuide y le ofrece consejos realmente estúpidos, la única salida a su, por otro lado, hilarante autocompadecimiento. Pernice hace creer al lector que esa podría ser su propia experiencia, y traza una primera mitad de la historia en tono de comedia, hilada con recuerdos generalmente felices que nos invitan a querer al protagonista y al que nos habría gustado acompañar para aconsejar mejor.

En la segunda mitad, apenas unos días después, su chica ya parece estar con otro. Él conocerá a una mujer aún más hecha polvo, y es fácil sentir pena por nuestro fracasado, una pena que conforta, como una canción triste que solo quieres escuchar cuando estás triste. Pernice estará mañana en Madrid, en el Festival Primera Persona. No vayan a darle palmaditas en la espalda. Se lo merece por capullo.