No hay descanso para Gabriel Allon
Los espías, ya se sabe, tienen licencia para matar. James Bond asesina con elegancia, se viste con un traje a medida de Saville Row y luego pide un Martini con vodka sin inmutarse. Los protagonistas de John Le Carré, sin embargo, se mueven entre la ideología y la culpabilidad mientras matan. Cierta complejidad que lleva al autor a describir el mundo del MI6 con mayor realismo que las fantasías de Ian Fleming. El héroe de las novelas de Daniel Silva, el espía israelí Gabriel Allon, es el heredero problemático de los personajes de Le Carré, mezclado con la vitalidad de un posmoderno James Bond en una misión imposible. Ha sufrido vivencias traumáticas pero sigue en la brecha, recién nombrado jefe de La Oficina.
Pintura clásica y sadismo
Nada justifica que Gabriel Allon vuelva al servicio activo, pero, ¿qué sería una aventura sin su arrojo? Además, pese a sus lamentaciones de que no verá crecer a sus hijos y su deseo de una vida de despacho más sosegada, la reaparición del terrorista Saladino y las ataques despiadados en Londres y París le mueven a ponerse al frente de los servicios secretos de Gran Bretaña (MI6), Francia (DGSI) y EE.UU. (CIA), dispuesto a vengarse del temible Saladino y evitar que estalle una bomba sucia en el West End londinense. Una de las características de Gabriel Allon es su dualidad: conjuga una enorme sensibilidad para la restauración de pintura clásica con el sadismo del asesino entrenado para matar. Cierto que lo hace por su país, pero su violencia desmedida se compadece mal con la bondad y el carácter sereno de Allon. Un rasgo de estilo, como la amnesia de Bourne.
Daniel Silva lleva escritas diecisiete aventuras de este espía y se nota cierto agotamiento en la falta de unidad de las partes que componen «Casa de espías». Sobre todo si se compara con su novela anterior, «La viuda negra», mucho mejor trabada. Hay algo rutinario, deslavazado, carente de ritmo en esta continuación. Demasiadas páginas escritas sin garra. Otras, disfruta describiendo situaciones que remiten a narraciones de Ian Fleming, F. Scott Fitzgerald y P. Bowles, lo que poco añade al convencional relato de espías de Silva, que unas veces lo hace con indudable pericia y, otras, lineal y sin pulso narrativo. El personaje más inquietante sigue siendo Keller, el asesino profesional que quiso matarlo y ahora forma con Allon un dúo mortal tan atractivo como Bruce Willis y Jason Statham. Es el único personaje con entidad, como si adquiriera vida propia para sustituir a Gabriel Allon, ya en edad de jubilación.
Suele suceder que cuando la trama está poco ligada, los protagonistas repiten su repertorio de clichés y los personajes secundarios se diluyen en la inconsistencia, y sobresale en exceso la «información» recabada para dotar de realismo al relato. Perfectas son las descripciones del califato del ISIS, la amenaza del terrorismo y Marruecos como exportador de hachís y yihadista, pero la travesía del Sahara y los atentados están exagerados. Sin embargo, momentos como la confabulación en Saint-Tropez y la mafia de la droga brillan a la altura de una novela de intriga que si no le faltara hilazón y le sobraran páginas mantendría al lector en ascuas.