Pasión por el jazz
En sus cuarenta años de urgente existencia, Boris Vian desplegó su talento en múltiples direcciones: ingeniero, inventor, pintor, actor, agitador radiofónico, libretista de óperas, sátrapa del Colegio de Patafísica, trompetista, cantante, novelista, letrista de 400 canciones, compositor de algunas de ellas como «El desertor», himno pacifista, autor de novelas negras rigurosamente americanas con la firma de Vernon Sullivan... Bien podríamos preguntarnos si los días de Boris Vian contaban tan sólo con 24 horas. Pero si algo recorrió toda su vida como un pulso constante y preciso fue la música de jazz, tal vez su verdadera patria, su razón nada secreta.
Vian tocó la trompeta («trompineta» en su propia jerga) como algo más que un aficionado en las orquestas de Claude Léon y Claude Abadie. Hasta que una enfermedad pulmonar le obligó en 1950 a dejar el instrumento. Ya en 1946 había comenzado sus colaboraciones con «Jazz Hot», revista de referencia, pero desde entonces multiplica su escritura del «jazz en Combat», «Spectacles», «Jazz News», «Arts»... El conjunto de sus «Escritos sobre jazz» (traducción en castellano en ediciones Grech, 1984) conforman dos gruesos volúmenes en los que brillan el ingenio y la capacidad de captación del escritor. Entre ellos se encuentran críticas de conciertos, crónicas de festivales, reseñas discográficas y también los textos de contraportada de discos que escribió como director artístico de los sellos Philips y Fontana. Vian atacó el jazz desde todos los frentes posibles. En el prólogo a una de sus más celebradas novelas, «La espuma de los días», el artista multimedia dejó clara su idea acerca del jazz: «Tan sólo dos cosas valen verdaderamente la pena: la música de Nueva Orleans y de Duke Ellington y cualquier forma de amor con bellas muchachas». Y con esa pasión la vivió y aparece, destilada, en cada una de sus palabras. Sabe ser entusiasta, pero también aplicarse con saña cuando lo considera justo. Así puede decir que un trombonista suena como suena «porque se ha tragado una cabra mal criada» o sostener que el orquestador Stan Kenton «tiene tanta alma como un abrelatas».
Henri Salvador, intérprete de muchas de sus canciones, dejó claro testimonio: «Boris Vian estaba enamorado del jazz, no vivía más que para el jazz, no escuchaba, no se expresaba más que en jazz».