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Prosa perturbadora

larazon

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Si hay una característica que distingue con claridad el «domestic noir» clásico del actual es la inanidad de los títulos de las novelas. Frente a los inquietantes «Perdición» (1944), «Alma en suplicio» (1945), «El cartero siempre llama dos veces» (1946) y «Deseos humanos» (1954), los actuales son tan planos como anodinos: «La chica del tren», «Te dejé ir», «Encuéntrame» y «La viuda», el exitoso debut literario de la periodista Fiona Barton. Quizá sea por un deseo de reflejar con sencillez el realismo cotidiano y alejarse del romanticismo desbordado de los amantes cómplices en el asesinato del «hard-boyled» clásico o la delirante mitificación del criminal, tan caro a los asesinos en serie. Tratan de mostrar la maldad sin heroísmos, como una vulgar maquinación de seres anodinos y mentes corrientes que ocultan los comportamientos más aberrantes. Monstruos latentes que se vuelven violentos cuando deciden pasar de la fantasía al acto. No son enfermos geniales ni psicópatas narcisistas, sino simples mortales aquejados de un perverso deseo sexual insatisfecho que los perturba.
«La viuda» se ajusta a los parámetros de la moderna intriga psicológica: ángeles sin brillo, trivialidad cotidiana, protagonistas con vidas carentes de valores y mentes que en su ingenuidad son capaces de mentirse a sí mismas y engañar a los demás ante los actos más abyectos. La sagacidad literaria de Fiona Barton ha sido reflejar ese mundo doméstico con meticulosidad. Todo es familiar en la casa de la viuda y su marido, acusado de raptar a una niña de dos años. Como lo es en la vida del concienzudo policía, de la ambiciosa reportera de sucesos que persigue conocer la verdad a través de una exclusiva y de la madre culpable del descuido que propició el rapto de su hija, movilizada a través de internet, la caridad activa y las teles sensacionalistas.

Intriga conocida

Dos recientes novelas plantean una intriga muy similar, «Encuéntrame», de Gilly Macmillan, y «Te dejé ir», de Clare MacKintosh. Ambas parten de la desaparición de un hijo en un descuido de la madre y la culpabilidad inherente al acto que genera en su entorno. También, como en «La viuda», la narración se divide en un relato en primera persona poco fidedigno y varias narraciones periféricas en tercera persona que completan la intriga con sus especulaciones y hallazgos. Aquí, al policía y la periodista sensacionalista le añade la redes sociales y la búsqueda en los chats de internet, claves para desentrañar el enigma.
En «La viuda» es esencial el estupendo personaje de la periodista y el abnegado policía, un nuevo tándem que pronto será crucial en la novela de intriga psicológica, como lo ha sido la «pirata» informática en el «thriller» de acción, para indagar en el oscuro mundo de las transgresiones sexuales, especialmente las web de pedófilos. Una triangulación crucial para resolver el oscuro caso de la desaparición de una niña que recuerda el de Madeleine McCann, que Fiona Barton cubrió para el «Mail on Sunday» y que aquí fabula componiendo un rompecabezas que se monta con gran brillantez ante los ojos asombrados del lector.
La revelación de este mediocre y sórdido mundo familiar de los protagonistas de «La viuda» es, junto a las elegantes elipsis de los actos más repugnantes del pedófilo, la marca literaria de Fiona Barton. No busca que resulten simpáticos los personajes. Nada de cuanto revela en su novela es amable ni pretende emocionar al lector, sino desasosegarlo, crear suspense, inquietarlo para que rellene las lagunas que va dejando y empujarlo a que pase página tras página hasta el inesperado final. Así es como se reconocen los valores literarios de las buena novelas de suspense: perturbando al lector con una prosa sencilla y la más eficaz de las intrigas.