Qué gran bilingüe
Se puede decir que la humanidad ha podido avanzar de forma extraordinaria gracias a la combinación de las sensibilidades lingüísticas en fenómenos como la traducción, el bilingüismo y la interpretación. Como recuerda Steiner en «Después de Babel», la reflexión filosófica y pedagógica sobre el lenguaje, como transposición del pensamiento, tiene en la traducción un mecanismo cultural de primer orden para la transmisión de las ideas y las corrientes estéticas. Los grandes avances culturales han corrido parejos a lo largo de la historia con el cambio de una a otra lengua, como las traducciones de la Biblia al griego, eslavo o antiguo alemán, o la traducción de la ciencia y el pensamiento griego al árabe. Especial interés tiene el proceso de interiorización de una lengua ajena para expresar todo un mundo: paradigmáticos son los casos de enormes escritores como Conrad o Nabokov que crearon sus más significativos universos sirviéndose de una lengua que no era la suya materna, pero que eligieron para traducir su pensamiento creativo y compartirlo con todos nosotros. Éste es el caso que nos ocupa al hablar del gran pensador y literato franco-chino François Cheng, y del diálogo entre las lenguas y de la adopción literaria de un nuevo idioma. En su caso fue el francés, que aprendió tardíamente y del que se ha convertido en un maestro.
En un camino de doble vía, que narra en este delicioso ensayo autobiográfico sobre el amor por el idioma, Cheng tradujo a los más grandes poetas franceses al chino y, viceversa, se hizo célebre por sus traducciones al francés de clásicos chinos Zhang Ruoxu o Lao She y por su estudio de la escritura poética china. Después pasó al cultivo puramente literario del francés, primero en poesía y luego en novela, demostrando su valía como escritor. Vivió el esplendor de la cultura académica gala de l'École Pratique des Hautes Études y conoció y trabajó con figuras como Jacques Lacan. Su libro es todo un ejemplo, en fin, de la grandeza literaria de los bilingües.