¡Qué hemos hecho con el amor!
Las novelas de trasfondo romántico cogen nuevos caminos en busca de una mejor definición
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Las novelas de trasfondo romántico cogen nuevos caminos en busca de una mejor definición
Las canciones que no hablan de amor es que no saben de lo que hablan. Lo mismo se podría decir de las novelas, las películas, los cómics, las radiografías, los menús, incluso los billetes de metro. El lenguaje, en todas sus vertientes, sólo es un juego de espejos para poder llegar a nombrar el amor. Porque el amor es esquivo, es furioso, es traicionero y capturarlo es lo más grande que existe. No es tan difícil, muchos lo han hecho. Por eso se escriben poemas y canciones y libros, por eso se escribe, en rotundo. Incluso por eso se habla. Oh, el barbudo ceñudo con bilis en vez de sangre dice que el amor no existe. Lo que no existe, quizá, es un hombre barbudo capaz de amar, y eso es un gran problema. En realidad, lo único existente es el amor y hay que seguir obsesionado en nombrarlo o los hombres sólo serán monos barbudos.
Existen 999 formas de nombrar a Dios, y existen más de tres millones de definir el amor, y la suma sigue contando. Gandhi aseguraba que «allá donde hay amor, hay vida», que dicho al revés significa exactamente lo mismo, «allá donde hay vida, hay amor». Alfred Lord Tennison señalaba que «Es mejor haber amado y perdido que jamás haber amado», porque el amor ni se pierde ni se gana. Es como una carrera de 100 metros, puede que sólo gane uno, pero está claro que el resto también ha corrido.
Por su parte, Chaucer fue el primero en asegurar que «el amor es ciego», algo en realidad ridículo porque el amor es ciego y gordo y bajito y cobarde y tiene unos pies enormes, lo tiene todo. Y el escéptico Somerset Maugham decía que «el amor sólo es un sucio truco que nos engaña sólo para la supervivencia de la especie». Y lo dice como si la supervivencia de la especie fuese algo malo.
Sigmund Freud, ese gran amante, asociaba el enamoramiento a una enfermedad y una locura, como si la falta de amor fuese la normalidad, cuando es todo lo contrario. Mientras, Zelda Fitzgerald exclamaba con toda la razón que «yo no quiero vivir, yo quiero amar primero». Gandhi contestó algo redundante «allá donde hay amor, hay vida». Como vemos, hablar de amor es una conversación universal que sigue y sigue y no se parará, no, aunque los hombres barbudos insistan que el amor no existe.
Una tarde, Pidget le preguntó a su amigo Winnie the Pooh, «¿cómo se escribe amor?» Éste le contestó, «el amor no se escribe, se siente». Pero se equivocaba, el amor se escribe, se escribe con faltas de ortografía si hace falta, como sabía Enrique Jardiel Poncela. D. H. Lawrence nunca habló con Winnie, pero dijo «en todas las cosas vivas existe el deseo de amar» y Gandhi aplaudió. Christopher Marlowe, lo oyó y declamó «hazme inmortal con un beso». Gandhi no le besó, pero alguien lo haría, porque todavía nos acordamos de Marlowe.
Otro que escribió bastante, y por lo tanto escribió bastante sobre el amor, fue Tolstoi. «La felicidad suprema en esta vida es la convicción de que somos amados». Es raro que Tolstoi no sea ejemplo de felicidad suprema. «No importa quién eres o que pinta tienes, siempre que tengas a alguien que te quiera», dijo, a su vez, Roald Dahl. Si hubiese conocido a Tolstoi, quien sabe, quizá ambos serían supremos y felices.
Lo que está claro es que hay que seguir escribiendo sobre el amor, intentar capturarlo, hacerlo propio. Si alguien escucha una canción y cree que habla de él, ¡falsooo! Disfruta de las historias de amor de las demás, pero uno ha de escribir la suya propia. «A menos que quieras a nadie, nada tiene sentido», escribía E. E. Cummings. Pues anda, a amar, a querer y luego a escribirlo.
En los últimos meses se han publicado grandes novelas de amor que demuestran que es el tema más amplio de la literatura. En la editorial Libros del Asteroide han recuperado, por ejemplo, «Tantos días felices», de Laurie Colwin o «¡Melisande! ¿Qué son los sueños?», de Hillel Halkin. Ahora queremos leer la vuestra.