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¿Quién ha robado «Las meninas»?

Susan Daitch se adentra en la misteriosa desaparición del óleo de Velázquez en su nueva obra

¿Quién ha robado «Las meninas»?
¿Quién ha robado «Las meninas»?larazon

Susan Daitch se adentra en la misteriosa desaparición del óleo de Velázquez en su nueva obra.

Ha llegado el tiempo de las heroínas duras y sin complejos. Si los gays acabaron con el macho, son las actuales protagonistas de las intrigas de acción las que le han dado matarile a los cascotes del heteropatriarcado. Y lo han hecho detectives como la inspectora lesbiana Hanne Wilhemsen, de Anne Holt, la viriloide policía Antoinette Conway de «Intrusión», de Tana French, y lo ha rematado un personaje femenino de lo más convencional, la restauradora de arte Stella da Silva en «Blanco de plomo», de Susan Daitch. Lo más sensato que se puede decir de esta obra es que parodia el «hard boiled» clásico y lo hace recurriendo al clima de este tipo de relato que diera fama a Hammett y Chandler.

Misterio y comedia

Al principio suena raro. Una conservadora de arte que investiga un crimen y se enfrenta a desalmados asesinos y sale bien librada de violentos embates no por su astucia, sino por su arrojo. Mientras dura la perplejidad, la narradora advierte al lector de que el mundo del arte es criminógeno, y que ella tiene recursos más que sobrados para sobrevivir a los asesinos y desentrañar una trama tan absurda como confusa. El res-to es una combinación, a veces feliz, otras desastrosa, de un relato de misterio y acción sazonado con altas dosis de las comedias patosas de «Los tres chiflados». Robar «Las Meninas», descubrir el mundo de las falsificaciones y enredar al lector en el submundo del hampa sin otra guía que un marasmo de personajes pintorescos, junto a coincidencias inverosímiles y una trama alambicada, es como saltar al abismo y esperar no romperse la crisma. La narración tiene el flujo de un camión arrollando coches con la contundencia de Bruce Willis en «La jungla de cristal». No es que Stella da Silva sea su sosias, al contrario, es débil y descuidada, pero se defiende con la fiereza de un luchador de «catch» en donde todo es como parece: falso. Si en el aspecto dinámico el relato tiene un tinte irreal, a veces surrealista, como el capítulo del chimpancé Doctor Livingstone, y delirante como la piscina infinita en un rascacielos, homenaje a la escena del acuario en «Misión: imposible», no lo es menos la trama, tan inverosímil como trufada de referencias a la novela negra, al cine de autor y guiños sofisticados al arte contemporáneo, la moda cara y el diseño de autor. Toda una loa a la «European Trash».

La autora busca el lector cómplice de sus guiños, amante de la cultura «chic» y dotado de su mismo sentido del humor. Ese lector entiende la burla de Jeff Koons, los perritos calientes de Oldenburg, pero soporta con estoicismo las elipsis y sobreentendidos. También sabe distinguir los hallazgos de «Sed de mal», de Orson Welles, su clima onírico y sus dislates de una copia pretenciosa como la de Susan Daitch, carente de lógica.