Reconocimiento a un género
Ciertamente no me ha sorprendido. Le ha tocado a la canadiense Alice Munro; dos décadas, veinte años, es mucho tiempo para que la literatura norteamericana en lengua inglesa no recibiera el galardón literario más prestigioso y popular: el Premio Nobel. Aunque también es posible efectuar la lectura contraria, de nuevo los autores estadounidenses se han ido de vacío: Philip Roth continuará un año más siendo el eterno favorito, y Joyce Carol Oates puede haber dicho definitivamente adiós a sus aspiraciones de volar a Estocolmo algún frío diciembre.
Cada uno tiene sus gustos y favoritos, el mío va por los mismos derroteros del jurado del Príncipe de Asturias, pero desde luego que me alegro muy mucho de la elección de los sesudos (a veces) académicos suecos en esta edición del 2013. Se han referido a Munro como la gran «maestra del cuento moderno», han mencionado el «realismo psicológico» como una de las características fundamentales de sus escritos, sin olvidar otra de sus grandes aportaciones narrativas, el «armonioso estilo» caracterizado por la «claridad». Sí, todo eso es cierto, lo suscribo como aplaudo todas y cada una de las loas y laudatios que aparecerán hoy en la prensa. Pero además de todo ello esta octogenaria y venerable anciana ha logrado que el género del relato breve alcance una dimensión y reconocimiento que en muchos casos –y lamentablemente también en nuestro país– es considerado «menor» en el mejor de los casos. Dejaremos la reivindicación para mejor ocasión.
Ya en su temprana «Lives of Girls and Women» (1971, «Las vidas de las mujeres»; Lumen, 2011) se revelan ciertas características que terminarán por convertirse en definitorias al analizar la totalidad de su corpus literario. Fundamentalmente se trata de reflejar el mundo femenino –en el caso de Munro me resisto especialmente a calificarlo de feminista– en el sentido intrínseco y extrínseco de la acepción. La realidad existencial de sus protagonistas está siempre mediatizada por la realidad social. Ello deriva en una suerte de complejísimas tramas más propias de la novela que del relato breve, si bien es cierto que muchas de sus piezas pudieran calificarse de «novellas».
El ejemplo más palpable de lo referido lo encontramos en el personaje de Juliet Henderson, protagonista de tres historias incluidas en Runaway (2004; Escapada, RBA): «Destino», «Pronto» y «Silencio». En la primera se enamora de un hombre casado, está a punto de dejar todo por él, pero descubre que no es la única «otra»; en «Pronto» Juliet es madre de una niña, Penélope, e intenta reconciliar el hogar de sus padres; en la última historia de su periplo, el mundo parece haber dado la vuelta y los mismos problemas que ella causó a sus padres son los que le plantea Penélope. La fortaleza y seguridad que despliega Juliet de cara al exterior es una suerte de coraza para ocultar un alma delicada y atenazada por temores, inseguridades, y dudas, pero tampoco podemos calificar de impostura la aparente entereza, pues aunque en ocasiones pueda flaquear logra sobreponerse ante cualquier situación adversa y finalmente logra sus objetivos. Es esa dualidad del personaje lo que nos emociona y enamora, lo que atrapa al lector en un remolino de sensaciones nuevas, en ocasiones desconocidas, que inquietan y desequilibran. Sus personajes presentan tal fuerza psicológica que ha sido considerada como una Chéjov contemporánea.
Veo en este sutil modelo de presentarnos a los personajes uno de los valores en la narrativa, en las historias de Munro, pues en cualquiera de sus relatos logra mantenernos expectantes, como si cualquier acontecimiento, cualquier capricho del destino, pudiera sumergir a la heroína en el caos y la tragedia. La narración en primera persona, que utiliza en numerosas ocasiones, potencia la empatía con sus personajes, pero incluso cuando narra en tercera, tiene el lector la sensación de estar viviendo en sus propias carnes lo contado. Repetidamente se ha referido la autora al componente autobiográfico de sus cuentos. Así por ejemplo en «The View from Castle Rock» (2006; «La vista desde Castle Rock», RBA), el más autobiográfico de todos sus libros, aseguraba en el prólogo que «estos relatos conceden más importancia a la verdad de una vida de lo que suele hacer la ficción». Efectivamente, desde el más puro análisis literario sus relatos cuestionan de forma implícita los límites entre realidad y ficción; el resultado: cualquier lectora se sentirá identificada con lo leído.
José Antonio GURPEGUI
Catedrático de Estudios Americanos en la Universidad de Alcalá de Henares