Literatura

Literatura

«Relacionar lo cultural con la rentabilidad es peligroso»

Marta Sanz, que ambienta «Farándula», su última novela, en el cine y el teatro, reflexiona sobre este mundo antes de la ceremonia de los Oscar

Marta Sanz
Marta Sanzlarazon

Marta Sanz, que ambienta «Farándula», su última novela, en el cine y el teatro, reflexiona sobre este mundo antes de la ceremonia de los Oscar

La vida como representación, el mundo como farsa, el hombe como comedia, el arte del espectáculo y el espectáculo como existencia. Marta Sanz, terrible y lúcida, con una literatura mordiente (reconocida con el Premio Herralde de Novela), muestra el polvo que hay en la purpurina, la podredumbre que disimulan las alfombras rojas, los remiendos escondidos en los dobladillos de las estrellas. “Farándula” (Anagrama) saca a escena el drama del cine y el teatro. La escritora ha visto en ese reino, con actores como príncipes y con monarcas como público, un reflejo de los vicios de nuestra sociedad. Y, en la antesala de la ceremonia de los Oscar, saca a relucir la herrumbre y la tragedia de estos hombre y mujeres.

-¿Qué le atrajo de este ambiente?

-Desde pequeña sentía una fascinación frívola por el estrellato del cine. Pero en mi libro, los actores son una metáfora del mundo que vivimos. Su capa externa de brillo esconde la precariedad del oficio. Por fuera, Wall Street representa el esplendor una economía característica; pero la realidad es la pudrición y la corrupción de nuestra sociedad. Parece que los actores viven como los grandes, que se bañan en piscinas de oro líquido, cuando es una profesión muy precaria, en la cual trabajan dos meses y el resto, no.

-¿Qué vicios refleja?

-Más que los vicios del mundo del cine, esta historia refleja nuestros propios vicios respecto la cultura, el desprestigio del mundo cultural en nuestras sociedades. En la novela existen tres generaciones de actrices. La intermedia aún conserva el sentido de un arte crítico, comprometido; en la más joven, sin embargo, ya existe un cuestionamiento. Más que los vicios de los actores, aunque se hable en clave satírica en el libro, por detrás existe un gran amor hacia la profesión de actor y muchas preguntas nuestra posición como consumidores culturales.

-El cine se ha impuesto a otras manifestaciones culturales.

-Es el arte dominante, visible. Me interesa por esta visibilidad. Es muy representativo porque crea iconos y resultan muy familiares. Esta experiencia cotidiana con ellos los hace muy odiable y también muy amados. Por eso, cada vez que hacen una declaración política o firman un manifiesta, se convierten en objetos de comentarios. Pero eso es porque están más expuestos que los demás y su megáfono suena más alto que los del resto de personas.

-¿No le irrita que las actrices estén sometidas a la tiranía de la belleza constantemente?

-Hay una sobreexposición de los actores y en el caso de las mujeres, sí tienen que estar guapas, están hipersexualizadas y deben ser jóvenes. Pero lo que me interesaba de este aspecto en la novela, más que con la imagen física, era con las incertidumbres y las contradicciones de un creador cultural. Al mismo tiempo que los actores pretenden denunciar algunos aspectos del sistema, están siendo visibilizados por el sistema que censuran. Eso se paga muy caro. A mí lo que me preocupa de esto es cómo algunas causas se amparen detrás de un actor, pero me asusta que la rentabilización de eso en la publicidad.

-Hay una crítica al descrédito de la cultura en España.

-Está desprestigiada por dos razones. La primera, institucional, gubernamental. Se dice que la cultura es suntuaria, es un lujo; pero la cultura no es espectacular, debe formar parte de la vida de los ciudadanos, tiene que ver con la educación, no es algo ornamental. Este un posicionamiento es algo interesado por el poder. El desprestigio tiene que ver con este discurso, que hemos apoyado. Muchos piensan que es una forma de entretenimiento, pero sirve para sostener valores. Hemos generado modelos intrascendentes y eso ha sido aprovechado por instituciones del poder porque la cultura puede ser molesta.

-¿Cómo les afectó a los actores su inrrupción en la política?

-Les hizo mucho daño. Actuaron de buena voluntad. Fueron valientes, pero no calcularon que estaban tirando piedras contra su propio tejado. Enseguida les dijeron, zapatero a tus zapatos. Se pretendía que se diferenciara el arte y el espectáculo de aspectos ideológicos, pero un tema y otro son inseparables. No puedes hacer una película sin posicionarte ideológicamente. No puedes tener un discurso artístico sin posicionarte ante la realidad. Por otro lado, las voces de ellos serían más oportunas o no, pero son legítimas. No se puede amordazar a un colectivo. Ellos también son ciudadanos con derecho a sacar partido de su imagen pública. Son muy conscientes de que su voz es un altavoz y lo usan. Lo único que ocurre es que hay que ser responsables.

-En “Farándula” también aparece la frivolidad, el glamur.

-La cultura ha tenido esa dimensión relacionada con el glamour. Con la literatura de evasión sucede igual. No estoy contra el cine ni contra esta clase de literatura. El problema es que sólo se vea la purpurina o el entretenimiento cuando lo artístico tiene más que ver con la moral y ampliación del mundo. Pero la purpurina no nos deja ver otra cosa. Es lo que ha pasado en la cultura. Se ha abogado por una literatura de entretenimiento pensando que cualquier otro tipo de literatura no lo era. Se ha considerado que la única finalidad de la cultura era rellenar los espacios de ocio de la población. La cultura es contestataria, crítica y, aparte de poder entretener.

-¿Las series han sustituido a la literatura?

-Eso es una tendencia de ahora decir que la narratividad está en manos de la televisión y que la literatura no conecta con el público, que está anquilosada. No estoy de acuerdo: las series actuales con lo que conectan es con la narratividad del siglo XIX. El lenguaje audiovisual y la literatura tienen relieves muy diferentes y existen aspectos que sólo se pueden contar a través de la literatura y otra, a partir de las series y las películas. Esta competición que se ha establecido es una estrategia de márketing, aparte de que es absurda. Es penoso, de todas maneras, que en el cine y la tele en lo único que piensan es la rentabilidad. Relacionar lo cultural con la rentabilidad es peligroso. Y lo estamos asumiendo sin más.

Basado en hechos reales

Marta Sanz ha procurado dotar a sus personajes de autonomía y personalidad propia, que el personaje camine con sus propios pies y piense por sí mismo. Pero ha usado referentes para la construcción de sus ficciones. “Hay referencias a actores norteamericanos que aparecen en la publicidad o apoyando causas, como Angelina Jolie, George Clooney o Matt Damon. También se habla de esa generación de actores americanos represaliados durante la caza de brujas. Y, por supuesto, menciono a intérpretes españoles, como López Vázquez, que si hubiera nacido en Iowa, se hubiera comido el mundo: era grandioso. Gracita Morales y Rafaela Aparicio eran ultrafamiliares, y desaparecieron de la noche a la mañana. En Daniel Valls puedes reconocer rasgos de Javier Bardem, de Antonio Banderas o de Willy Toledo: una trinidad complicada. Para Valeria Falcón, creía que no tenía referente, pero después caí en una actriz y en la saga de los Guillén Cuervo. Aquí también aparecen apellidos célebres en el mundo del cine y el teatro: Los Larrañaga, los Merlo, los Gutiérrez Caba.