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Rilke vuelve a visitar Toledo y al Greco

Rainer María Rilke se sintió profundamente atraído por Toledo y el Greco, y en 1912, de viaje por España, se instaló en un frío invierno en el Hotel de Castilla de esa ciudad, donde escribió poemas y cartas. Ahora esa experiencia ha quedado plasmada en "Toledo ilustrado", con dibujos de Eva Vázquez.

Publicado por Nórdicas, el libro recoge la estancia del poeta checo, uno de los más grandes y hondos de todos los tiempos, en Toledo, durante el viajó que hizo a España y que le llevó a Sevilla, Córdoba, Ronda (Málaga) y Toledo, la ciudad de la que decía que "convergían tres miradas diferentes: la de los vivos, la de los muertos y la de los ángeles".

"Desde que estuve en Rusia nada me había conmovido tanto ni me había comportado un crecimiento interior tan inmediato como este país inaprensible o, mejor dicho, un lugar concreto de él en el que, según mi impresión, su esencia se da a conocer mejor que en cualquier otra parte: Toledo".

Así describía a la ciudad desde Ronda, el autor de "Los sonetos de Orfeo", "Elegías de Duino"o "Cartas a un joven poeta".

Rilke (Praga, 1875- Valmont, 1925) fue un viajero constante, pasó por Rusia, Francia, Italia, Suecia, Dinamarca y Egipto. Finalmente murió en Suiza de una infección causada por la espina de una rosa. Y su viaje a España dejó una profunda huella en su obra y en los poetas españoles.

Este libro que ahora sale en pleno IV centenario de El Greco propone dos miradas diferentes la de Rilke sobre un Toledo que le conmociona "que alcanza, con todo lo fantástico que es, esa aparición salvaje, incontenible que se alza al cielo en medio de feroces montañas y como estrangulada por la serpiente del tajo".

Y la mirada plástica de Eva Vázquez por las calles de un Toledo de hoy, con colores azules, añiles y tierra, más mundano y multicultural, que acompaña y abraza las cartas y poemas del poeta.

Según Juan Andrés García Román, el traductor y seleccionador de los poemas, Rilke se apasionó por Toledo y por el Greco y se preparó durante años para este viaje. "Rilke descubrió en El Greco la figura del ángel, su fatalidad angulosa que no es mortal ni inmortal, que no es humana ni del todo inhumana, ni tampoco cristiana".

Rilke viajó a Toledo buscando su espíritu. "Así que el día de los difuntos del año 1912, un singular y ensimismado huésped de ojos azul lago se presenta en la recepción del Hotel de Castilla -escribe García Romám en el prólogo del libro-, en la plaza de San Agustín, y, arrastrando un español bisbiseante y afrancesado hace saber que necesita una habitación".

"Le dan una llave -continúa-, sube las escaleras y enseguida se pone a redactar una carta en la penumbra del cuarto en la que destaca una palabra: esperanza".

Y ahí empieza el peregrinar del poeta por las calles de la ciudad, por Santo Tomé, la del Ángel o la Iglesia de San Juan de los Reyes. Una estancia que el poeta tuvo que acortar por el frío. A Rilke no le acompañaba la salud en ese momento.

"El frío y el malestar me echaron, pero aún así no lo suficientemente pronto como para arrebatarme la plena conciencia de un presente tan esperado", escribe el poeta en una carta desde Ronda, en 1912.

"Puede creerme que en esa ciudad indescriptible la tensión entre las cosas que la componen es equivalente a la que se da en entre una aparición y aquel al que se le aparece, un mutuo no poder creer, un exhausto estar frente del otro", escribe en otro fragmento de la carta.

Después Rilke viajó a Ronda, donde su salud no mejoró y su ánimo muy deprimido estuvo cerca del suicidio, aunque luego se recuperó también en "la ciudad soñada", como denominó a la localidad andaluza.