Sin inocencia
«Solo debajo del agua pueden (los amantes) decirse lo que no son capaces de decirse fuera», se lee en el poema «Sumergidos», que sirve de trasvase entre los tres poemarios sobre el agua de Miguel Ángel Curiel, aquí aglutinados en una unidad deslumbrante. Solo debajo del agua se aprecian los planos de una poesía que muestra el flujo de su proceso creador. Inscritos en una infancia atemporal y gnóstica, los poemas son partes meteorológicos de lo que hubiésemos sabido si la evolución no hubiera consistido en superar al niño, sino, a través de su asombrado ludismo, perpetuarlo. A partir de ese imposible, que impulsa a la escritura, sobreviene la mácula («como un pez ahogado en la leche»; «Regalé legañas en vez de visiones»), un rayón –en el agua–, o un ácido testimonio renovado, frente a la inocencia abolida, en una compleja poesía del silencio roto. En ella se reflexiona sobre la naturaleza como (re)presentación de los límites; de los umbrales, indistintos, de la existencia y la naturaleza de la poesía: «La borrasca y el poema / están el papel. / La lluvia y la poesía / en la realidad». Como en el sueño de Novalis, que aspiraba a azular «la flor azul de los contrarios», Curiel se las compone para obtener una poesía metafísica y matérica, invocadora y convocante, minimalista y densa, blanca y confesional, sintética y discursiva, ingrávida y aseverativa, esencial y concreta, impersonal y autobiográfica... Y anfibia, sobre todo, de la vida y la muerte.