Vidas y casas erráticas
En 1953 Juan Rulfo publica el conjunto de relatos «El llano en llamas» y en 1955 «Pedro Páramo». Ya nada será igual en la literatura contemporánea. Un universo de muertos en vida, alucinantes paisajes y enigmáticas tramas se pasea por las arrebatadas páginas de una escritura que combina el absurdo cotidiano, el nihilismo existencial y la negación de la realidad. Ese impacto llega hasta hoy en la obra de, entre otros novelistas, Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), narradora argentina autora de dos celebrados libros de relatos «El núcleo del disturbio» y «Pájaros en la boca», y que con su nuevo volumen de cuentos, «Siete casas vacías», ha obtenido el prestigioso IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera de Duero. Se trata de unas historias hilvanadas por el común pretexto de las casas familiares que habitamos y un baile de cajas embaladas, frenéticas mudanzas y misteriosos armarios es el símbolo del atrabiliario trajín de la cotidianidad.
En «Nada de todo esto» dos mujeres, madre e hija, se dedican a entrar en viviendas ajenas modificando su decoración, ganándose la confianza de sus moradores, llevándose los objetos que desean; «Mis padres y mis hijos» muestra la complicidad entre una desinhibida y feliz pareja de abuelos y sus nietos, que desaparecen momentáneamente provocando el consabido desconcierto familiar, y en «Pasa siempre en esta casa», la protagonista vive junto a un matrimonio al que se les ha muerto un hijo, y el hombre acude frecuentemente a su jardín a recoger la ropa de ese joven que su mujer arroja allí; «La respiración cavernaria», una auténtica «nouvelle», nos muestra a Lola, enferma, discapacitada y desahuciada por los médicos, quien advierte la inquietante presencia en su casa de un joven vecino en una atmósfera de asfixiante claustrofobia; destaca igualmente «Cuarenta centímetros cuadrados», la historia de una mujer que busca en la noche una farmacia de guardia, mientras rememora el divorcio de su suegra. Y «Un hombre sin suerte» se adentra, con cierta distante ironía, en un equívoco enredo de apariencia sentimental, mientras que en «Salir» encontramos la fugaz escapada de una esposa en compañía de un desconocido. Tan interesante como lo que leemos resulta lo que se intuye en la estructura ausente de estas inquietantes ficciones; desnortados personajes, vidas erráticas, la arbitrariedad del azar y un soterrado humor configuran lo mejor de este estimable conjunto de cuentos.