Lita Cabellut: «No olvido la niña de la calle que fui»
La cotizada artista lleva al MAC de La Coruña una muestra de 73 obras, «Testimonio», donde reúne sus enormes figuras craqueladas.
La cotizada artista lleva al MAC de La Coruña una muestra de 73 obras, «Testimonio», donde reúne sus enormes figuras craqueladas.
Está esperando a que las puertas del Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa (MAC) se abran para ver qué sucede en su interior: «Lo mismo no viene nadie. O sí. Estoy tan nerviosa. Es la exposición más bonita que he hecho en toda mi vida», dice con un punto infantil, medio riendo. Se refiere a «Testimonio», una imponente muestra que reúne 73 obras. En la línea de la artista, enormes. «Cuando inauguré en Barcelona vi que había colas los domingos para entrar. Ese es el reconocimiento, que la gente esté dispuesta a atravesar la puerta y entrar y no el que dan las cifras de las revistas», dice. Se refiere al titular que la consagró como la artista española viva más cotizada en subasta. A ella, asegura, le da exactamente lo mismo: «Eso es una forma de marketing enorme. Por encima de las cifras abultadas está el arte. Hay tantos artistas que valen un montón y que tendrían que formar parte de esas listas. Darle valor a las clasificaciones es negar lo que yo considero arte. A mi me favorece, lo sé, pero no me puede influir para pintar».
En las salas inmaculadas, blancas, se da cita su particular corte de los milagros, la gente de la calle, el hombre deforme, la chica atractiva, el viejo. Gerónimo, Marta y Yerry. También está John. Sus craquelados están impresos en sus rostros, los chorretones de pintura se enseñorean de la tela. «No te voy a decir cómo lo hago porque es una técnica muy complicada y laboriosa, yo diría que anárquica. Una mezcla entre elementos tradicionales del siglo XVII con sprays y aerosoles grafiteros. Yo busco los modelos que están accesibles, en las esquinas, la gente con la que te topas. Ellos son parte de nuestros ambientes, del mío». Mientras camina habla de artistas. Sin pelos en la lengua: ¿Ai Weiwei?: «Me parece magnífico, un poeta visual, un filósofo que tiene valentía para desnudar la verdad y disfrazarla de belleza. Es brutal». ¿Jeff Koons?: «Pertenece al tipo de artistas necesarios para recordarnos lo ridículo que puede llegar a ser el arte. Tanto a él como a Damien Hirst los necesitamos para que el cerebro y la mente no se duerman. Yo creo que nos escandalizan con lo que ya no nos escandalizamos». Los llama «caricaturistas de lo normal, lo cotidiano». ¿Y Lita Cabellut? «Una artista de campo, contadora de historias, de cuentos para niños y de historias de terror para mayores que retrata lo que muchas veces nos da miedo: la muerte, la desnudez, la fragilidad. Si no hubiera sido pintora me habría gustado ser psicóloga», concluye.
El anillo de oro
Su pasado le robó bastantes titulares: una niña nacida en Sariñena, Huesca, criada en la calle en Barcelona, cuya madre era prostituta y estaba acostumbrada a buscarse la vida. Hasta que su suerte cambió y fue adoptada por un matrimonio de buena posición. Ya no habría robos pequeños, ni mentiras. Empezó de cero: «No quiero olvidar la niña de la calle que fui. Siempre le digo a mis hijos que cuando veo un contenedor de basura me entran unas ganas enormes de subirme encima para ver qué hay, que se puede coger», desvela. Un día, después de una inauguración en la que lo vendió todo, una noche repleta de ceros y talonarios, se topó en una calle de París con una gitana que le pedía dinero por una anillo de oro que decía era suyo. «Ahí me vi a mí. Era de cobre, madre mía... Me acordé de quién es Lita», narra.
Es morena, de pelo oscuro y gesto rotundo, absolutamente racial. Vive en La Haya desde hace años. Ahora le preocupa lo que ve en España: «Me da una inmensa pena. No estoy de acuerdo para nada con la independencia. No hacemos más que crear problemas en vez de resolverlos. No creo que vayamos a fortalecer Europa si la fragmentamos», señala. ¿Se siente española? «Totalmente. Soy tan española que no te lo puedes imaginar. Llevo en los genes nuestra cultura. He vivido bastante tiempo en el extranjero pero al aterrizar en mi país reconozco que no existe ningún lugar en el mundo en que se esté tan cómodo como aquí».
Un día hace muchos años entró en el Museo del Prado con sus padres y se fijó en un cuadro, «Las tres gracias», de Rubens. Le marcaron la vida y se la cambiaron para siempre. En ese momento se dio cuenta de lo que quería ser y a qué se quería dedicar. Estudió en Europa, viajó por el mundo, se fue labrando una carrera. España, esa tierra que lleva por bandera y donde nació, se la resistía. Hasta ahora.