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Llegan las zapatillas VANS Gogh

VANS ha decidido homenajear al artista sacando una colección inspirada en sus trabajos más emblemáticos
larazon

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VANS ha decidido homenajear al artista sacando una colección inspirada en sus trabajos más emblemáticos.
El precio tiene algo de devaluación del arte, de intento de reducir lo irreducible a un parámetro, un montante. El hombre bursátil y economicista del siglo XXI valora en cifras lo que antes admiraba por su genialidad, revelándose así su provincianismo cosmopolista, el alma de nuevo rico que inspiran las alzas y bajas de Wall Street y la City londinense. En esta sociedad, mercantilista y mercantilizada, Van Gogh, el carácter silvano de su locura, la oreja amputada y la anécdota de su muerte prematura es mero pintorequismo, que antes daba para hacer películas y hoy es un señuelo oportuno para aventar la marca de creador maldito y hacer caja, que es lo que importa, mientras que por ahí el algoritmo de algún Lehman Brothers de turno idea una manera de convertir los lienzos en acciones, bonos, títulos, participaciones o cosas así. La pintura siempre se ha comprado y vendido en siglos anteriores en función de su originalidad, de su carácter de obra maestra, o sea, su unicidad, que es lo que ha ido aureolando de prestigio los cuadros, las colecciones, museísticas o no. En este mundo de banderías, y bandidajes, políticos, donde se ha grabado la luz del sol con un impuesto, el arte ha ido derivando en un asunto «pop» y convirtiéndose en una rentable sinecura del mercado, siempre ávido por encontrar un nicho de beneficios, de rentabilidades que salven las cuentas de resultado y eviten despidos. Después de que el «merchandising» popularizara el arte de Van Gogh imprimiendo «Los girasoles» en el fondo de platos soperos y en vajillas de a un euro, y de que «La noche estrellada» acabara siendo una lámina imprescindible de los almanaques domésticos, las VANS, ya saben esas zapatillas que son más moda que calzado, han decidido homenajear –es como lo llaman– al artista sacando una colección inspirada –es como también podría denominarse a esta iniciativa– en sus trabajos más emblemáticos, vamos los que la peña reconoce con mayor facilidad o aquellos que mejor le animen a desempolvar la tarjeta de crédito de la cartera, dando así a la obra de este creador una pátina «fashion», «cool», «trending» y demás. Así Vicent Van Gogh, que solo vendió un óleo en su vida (y fue a su hermano) ha terminado, nunca mejor dicho, a los pies de la oferta y la demanda; de la buenaventura, ingeniosidad, lucidez o desvarío de un «influencer» iluminado o el lumbrera oportuno de una avispada «company». Esto de reducir la pintura a un puro cebo comercial, en maquillaje estético para playeras, es legítimo y hasta será muy rentable, pero no deja tampoco de arrojar una lectura sobre la evolución de determinadas sensibilidades y cómo los iconos de nuestra cultura han ido decayendo hasta acabar siendo productos sometidos a los vaivanes del trueque, ajenos a la capa de irrelevancia que la banalidad va echando sobre ellos.