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Los Oscar están «gagá»

Ya nadie sabe qué quiere una Academia que ha terminado rodeándose de «bienquedismo»
larazon

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¿Se acuerdan de aquellos tiempos en que los Oscar sabían lo que querían? Los de las 11 estatuillas para «Titanic» o «El señor de los anillos». Por polémica que fuera, la Academia trazaba una línea y la seguía sin ceder a calculadas maniobras de «geopolítica». A aquella criticada Academia de «señoros» blancos y heteros le ha seguido un supuesto aperturismo a tantas sensibilidades y minorías que los premios más importantes del mundo han quedado en manos de los vaivenes compensatorios y cuotas «de facto». Un fantasma recorre los Oscar: el «bienquedismo». Podríamos incluso aventurar dónde empezó todo: en aquella gala de 2016 en la que, en un rapto de remordimientos, dejaron a «La La Land» sin la estatuilla a mejor película en favor de «Moonlight» para que nadie pudiera decir que los Oscar eran una merienda de blancos. Ya nadie sabe qué quieren los Oscar y esa indefinición vino envuelta en la cita de la madrugada del lunes en una ceremonia sosa a más no poder, la más sosa que se recuerda. El «bienquedismo» acabó con el clásico conductor de la gala: nadie estaba libre de pecado en las redes sociales para jugársela presentando los Oscar después de los de Kevin Hart. No hubo «speech» introductorio, pullas a diestro y siniestro, ni el dinamismo de un buen maestro de ceremonias. Fue una gala automática, de manos libres, que ni siquiera logró bajar de las tres horas. Hizo buena aquella primera ceremonia de 1929 en la que el evento duraba 15 minutos y todos contentos a casa. Algo está haciendo mal la institución que preside John Bailey cuando el momentazo oficial de los Oscar ha sido un espectáculo pasteloso al piano de Lady Gaga y Bradley Cooper anunciado casi desde antes de que se rodara su «Ha nacido una estrella». Cero sorpresas. Sí, acaramelamiento, morbo y todo lo que quieran, pero el «cheeck to cheeck» de Cooper y Gaga no salva los muebles de un espectáculo en franca decadencia que, incluso previamente a llevarse a cabo, se enfrentó a las polémicas de Hart y de los «Oscar en diferido» dando palos de ciego. Tan acartonado fue el formato que la Academia no tuvo la diligencia necesaria para improvisar un homenaje a Stanley Donen como hubiera merecido uno de los últimos emblemas del Hollywood dorado. Este es el nivel: «Green Book» para acallar conciencias y ni una sola mención al director de «Cantando bajo la lluvia». El resto, un señor que pasaba por ahí vestido con una larga falda. A falta de algo con un mínimo de sensatez, lógico que se llevara todos los «flashazos».