Exposición

Los sueños inacabados de Calder

El Centro Botín de Santander reúne 80 piezas en una exposición inusual que ofrece un recorrido por la inteligencia creativa del artista a través de proyectos y obras que nunca concluyó.

Una de las obras que se pueden ver en «Calder Stories, una muestra que abarca cinco décadas de la trayectoria del artista, uno de los más influyentes del siglo XX
Una de las obras que se pueden ver en «Calder Stories, una muestra que abarca cinco décadas de la trayectoria del artista, uno de los más influyentes del siglo XXlarazon

El Centro Botín de Santander reúne 80 piezas en una exposición inusual que ofrece un recorrido por la inteligencia creativa del artista a través de proyectos y obras que nunca concluyó.

Solo en lo fragmentario y lo inconcluso asoma el ingenio del artista. Para descubrir el talento de un pintor o un escultor hay que acudir a sus piezas rematadas, que es donde se manifiesta su destreza. Pero para conocer los pasos de su inteligencia creativa hay que acudir a los diseños que, por demora, fallecimiento o cualquier otro imperativo, han quedado inacabados. En los noventa, Hans Ulrich Obrist, director de las Serpentine Galleries de Londres, empezó a investigar los caminos que iniciaron los grandes maestros a lo largo de su vida, pero que no consiguieron finalizar. Iniciativas que permanecían olvidadas en el cajón de alguna mesa o o archivo hasta que él los recuperó.

Sus estudios sobre estos proyectos irrealizados nos permiten ahora reconstruir el procedimiento que los artistas siguen durante su trabajo. «El proceso de Calder era muy intuitivo. No emprendía el desarrollo de un diseño y seguía su desarrollo hasta el final. La idea le entusiasmada, la estudiaba, pero no tenía ningún plan preciso. Él siempre aseguraba que a pesar de que no hubiera estudiado ingeniería mecánica, habría terminado haciendo móviles. Es cierto que sus padres, que eran artistas, lo animaron a tener una carrera para evitarle dificultades, pero después de trabajar durante unos años, decidió abandonar todo y retomar su vocación», explicó ayer Alexander S. C. Rower, nieto del artista, que estuvo en Santander para presentar la exposición «Calder Stories», comisariada por Ulrich Obrist, que acoge el Centro Botín y que cuenta con la colaboración de Viesgo, y que reúne alrededor de 80 piezas de este creador que consiguió redefinir el espacio con sus originales figuras y que ha sido uno de los grandes nombres del siglo XX.

El arquitecto Renzo Piano, que ya participó en una retrospectiva sobre él en 1983 en Turín (trajo alrededor de 500 obras), se ha encargado del diseño expositivo de la muestra para resaltar la fuerza que contienen estas obras/proyecto de Calder, un hombre que jamás dejó de renovar el discurso artístico con nuevos conceptos y un trabajador incansable que siempre llevaba en el maletero del coche herramientas de diferente tipo para trabajar en cualquier momento y lugar (de hecho, durante una avería que sufrió diseñó una joya –una de sus facetas menos conocidas– que después se hizo muy popular.

Mapa de vida

Las bocetos y bronces que se exhiben en esta ocasión recorren cinco décadas del escultor y suponen un mapa fascinante de los diferentes campos a los que se dedicó en vida: desde la obra pública hasta los encargos privados y sus colaboraciones con los coreógrafos y los compositores de su tiempo. Una oportunidad que ofrece a los visitantes la oportunidad, entre otras cosas, de observar «Guava», «Franji Pani» y «Red Stalk», unas piezas que Calder realizó en la India para Gira Sarabhai. «Alguna de ellas estaban al aire libre. Esto es algo inconcebible para nosotros, pero Calder quería que el público interactuase con sus obras, que las tocara y las sintiera. Todo lo que hizo está relacionado con la intimidad. Quería que fluyera cierta energía entre sus esculturas y la gente que se acercara. Apostaba por esta interactuación. Esto se pudo hacer en unos casos, pero, en otros, no», aseguró Rower. La suerte de muchas esculturas de Calder, como aclara Ulrich Obrist, estaba ligada en infinidad de ocasiones al desarrollo de planes arquitectónicos que después no se llevaron a cabo, como un zoo (para que el desarrolló unos móviles que imitaban árboles) y otra para el Chase Manhattan Bank, entre otros. También colaboró con Frank que trabajó con un gran número de arquitectos. Uno de ellos fue Frank Lloyd Wright (con el que jamás tuvo una buena relación), que le pidió una escultura en oro para rematar el Guggenheim de Nueva York, pero Calder se negó a emplear ese material y jamás se hizo. «Es imposible comprender a Calder a través de internet o los libros. Se tiene que venir a una exposición y ver sus obras para entender toda su dimensión», afirmó Rower.

Una pequeña vitrina, con una serie de maquetas para móviles fijos sobre pesados y grandes pedestales (quería contraponer la ligereza y el movimiento con la solidez de la materia fija) arroja una visión certera de la ambición de Calder. Él jamás tuvo freno para sus ambiciones y sueños y muchas de sus proyectos eran de dimensiones descomunales, donde las personas quedarían empequeñecidas por su tamaño. Eso lo podemos observar en las piezas arriba citadas, pero también en los bronces, en los que algunos pueden encontrar reminiscencias de Miró, de equilibristas o serpientes, que debían estar ejecutadas a lo grande. «Uno de los motivos por los que hoy en día no hacemos realidad estas piezas que nunca llegaron a concretarse es que no sabemos cómo iban a evolucionar en su cabeza», aclaró Rower. Lo que sí se llevó a cabo es el diseño para un BMW, presente en la exposición. Calder diseñó los colores de la carrocería para un coche de las 24 horas de Le Mans. El vehículo no alcanzó la línea de meta, pero tuvo tanta fama que la marca decidió inaugurar una línea de arte y que diferentes artistas, como Lichtenstein, «tunearan» las carrocerías de sus modelos.

El hermano de Miró que no lo era

El próximo septiembre, en el Museo Picasso de Málaga, se va a abrir una exposición sobre el artista malagueño y Calder. Es una buena oportunidad para examinar la relación del norteamericano con España. Un vínculo que se puede apreciar bien a través de la amistad que mantuvo con Miró. «Se conocieron cuando los dos residían en París. Los presentó un amigo común. Era muy extraño. Parecían hermanos. No se influyeron, a pesar de que sentían un enorme respeto por los trabajos que desarrollaban cada uno de ellos. De hecho, llegaron a experimentar algunos temas de manera conjunta», dice Rower.