María Asquerino, la soledad de una actriz feroz
Murió en una residencia al no estar acabada la Casa del Actor
María Asquerino se retiró del cine y de los escenarios en 2007, después de interpretar un papel secundario en «Tío Vania». Ha muerto a los 85 años de edad, por una enfermedad pulmonar, tras toda una vida dedicada a la interpretación.
María Asquerino se retiró del cine y de los escenarios en 2007, después de interpretar un papel secundario en «Tío Vania». Ha muerto a los 85 años de edad, por una enfermedad pulmonar, tras toda una vida dedicada a la interpretación, cuando estaban traslándola desde la residencia pública en la que pasó sus últimas días, al no estar concluida la Casa del Actor, hasta la Fundación Jiménz Díaz de Madrid. Por este motivo, la ley prescribe que le sea practicada la autopsia. Aunque, al cierre de esta edición, nadie había reclamado aún sus restos mortales para el entierro.
Siete décadas en escena
Llamarse Maruja fue normal hasta los años 70, que pasó a definir a una mujer chismosa, por lo que cambió su nombre artístico por el de María Asquerino. Siempre fue una mujer activa, independiente, amante de las tertulias, sus amigos de la farándula y de la noche. Alejada del estereotipo de la estrella del cine. Tuvo mucho más éxito en el teatro, donde deslumbró con sus interpretaciones de personajes fuertes y temperamentales. Su gran éxito fue el papel de Doña Jimena en «Anillos para una dama» (1973), de Antonio Gala, que permaneció dos años en escena. Siete décadas pisando las tablas, alternada con el cine y esporádicas incursiones en Televisión Española: «Primera fila» y «Estudio Uno», donde interpretó «Diálogo de carmelitas» y «La gaviota», y participaciones en las teleseries «Anillos de oro» (1983), «Sonatas» (1983) y «Página de sucesos» (1985-86).
Comenzó en los años 40, a los quince años, en compañía de sus padres, los actores Mariano Asquerino y Eloísa Muro. En 1941 debutó con su madre en «Eloísa está debajo del almendro», de Jardiel Poncela, y en el filme de Juan de Orduña «Porque te vi llorar». Desde entonces siguió una larga y fructífera carrea en el cine como joven actriz de Cifesa, aunque fue en el cine de los años 50 y 60 donde consiguió renombre internacional.
Los años 40 fueron años de tanteo y aprendizaje. Una década ingrata, «de hambre, miedo y angustias». Siempre se consideró una mujer de izquierdas. Como cuenta en sus «Memorias» (1987), nunca olvidó el maltrato que recibió en posguerra su abuelo, el actor César Muro. Años en los que en el teatro los directores llevaban pistolas y se ensayaba bajo amenazas de «quien lo haga mal le pego un tiro». Encarnó un nuevo tipo de mujer: independiente, de cuerpo escultural y belleza agreste. Una mujer fatal, desafiante, más indicada para ser «la otra» que la dulce y sumisa protagonista de las películas románticas. En el cine ocupó un dignísimo segundo lugar, siempre protagonista pero casi nunca encabezando el reparto. Caso excepcional fue su papel en «Surcos» (1951), de Nieves Conde, cumbre del neorrealismo español, escrito y dirigido por falangistas, que desagradó tanto a la Iglesia como al gobierno franquista. En ella, modela el tipo de mujer dura y temperamental que interpretará a lo largo de su vida. Quizá el momento estelar de su carrera como actriz fuera su interpretación de Marcelle en «Dos caminos» (1954), por el que obtuvo el premio de interpretación en el Festival de San Sebastián, pero se lo quitaron por las protestas de la delegación francesa, que amenazó con abandonar el certamen si no se retiraba la película. Se sintieron ofendidos por una escena donde aparecía un personaje que representaba a Antonio Machado encerrado en un campo de concentración.
Habría que esperar a 1989 para que le concedieran el Goya a la mejor interpretación de reparto por «El mar y el tiempo», de Fernando Fernán Gómez. En 1947, participó en el Teatro de Ensayo del Instituto Italiano de Cultura, junto a Manuel Alexandre y Fernán Gómez, con quien mantuvo una larga relación amistosa y profesional que culminaría con su participación en sus tres últimas películas: «Mambrú se fue a la guerra» (1986), «El mar y el tiempo» (1989) y «Fuera de juego» (1991). María Asquerino siempre reconoció que estuvo enamorada de él y que fue quien le enseñó a actuar. Con el paso del tiempo se convirtió en una de las grandes actrices españolas, con un dominio de la escena que solamente consiguen las grandes damas del teatro.
Nunca ocultó su activa vida amorosa. Se casó a los 17 años con «un idiota», del que se separó dos años después. De sus aventuras amorosas reconocía, en una entrevista, que «después del amor, todos se duermen. Por eso prefería ir a su casa, para después marcharme. Entonces no sabía que me iba a quedar sola como un perro». Así de dura fue María Asquerino, frecuentadora asidua de tertulias en el café Gijón, Oliver y el Bocaccio madrileño. Francisco Umbral la llamaba «la roja del café Gijón», un personaje querido en el Madrid nocturno del artisteo y la noche, que ella interpretó con la naturalidad y el sosiego que siempre la caracterizó en «Fuera de juego».