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María Dueñas: «Siempre se ha hablado de vino en mi casa»

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La autora de «La Templanza», novela que sale hoy a la venta, presenta en Jerez la apasionante historia del indiano Mauro Larrea, reconvertido en bodeguero.
En 1264, Jerez dejó de ser almohade para abrir paso al rey Alfonso X. Quedaban cinco siglos para que se convirtiera en la tierra de vinos que sigue siendo hoy. El «padre» del mundialmente conocido Tío Pepe llamó a su primera bodega «La Constancia» porque era la virtud que más apreciaba; sobre el papel ha pasado a llamarse «La Templanza», la misma que requiere el protagonista de María Dueñas en la novela homónima para enderezar su futuro, al regresar a la vieja patria. De las «botas» –barriles– de González-Byass han bebido la aristocracia del arte, la sociedad y la cultura, según desgrana el experimentado guía de la última parada de esta inmersión literaria, ataviado no por exigencias del guión de un porte de excelso caballero con afeitado de otra época. Ahora es María Dueñas quien se sumerge –y nos sumerge– en el mundo del vino. Y sabe de lo que habla: «Mi abuelo era andaluz y el vino ha sido tema de conversación desde niña; me atrae el siglo XIX, Jerez, el comercio bodeguero y el esplendor de las relaciones comerciales entre Inglaterra y España».
Con los aromas de la uva macerada impregnando los pensamientos, el Jerez novelado toma forma de la mano de Dueñas, que descubre en los salones del Palacio de Villavicencio del Alcázar –lugar que visitó ayer con motivo de la presentación de su novela, que sale hoy a la venta con una tirada de 500.000 ejemplares– la frontera entre inspiración e imaginación. Ante un retrato de Isabel II vista por Juan de Padilla Lara, la escritora se arranca de nuevo a leer bajo las mismas lámparas de cristal y bronce que fueron testigos de la llegada de la ficticia pareja. La autora ha buceado en miles de documentos para dar con el tono de la novela: «Es una fase de mi trabajo que me apasiona: elegir los escenarios, saber todo sobre ellos, no sólo los acontecimientos históricos, sino qué vestían o qué comían; los detalles ayudan a crear una atmósfera seductora y creíble».
Un indiano y una expatriada
La plaza de Rivero saluda al atravesar la antigua puerta de Sevilla, evidencia del pasado musulmán de la ciudad. Una gran fachada cobija la casa del primer protagonista masculino de María Dueñas. A pocos metros de allí callejeando, tropezará por primera vez con la mujer de la que huye sin éxito. Mauro Larrea y Soledad Montalvo (indiano el primero, expatriada de Jerez la segunda) habitaron la cabeza de la escritora extremeña durante dos años, desde que en un vuelo para la promoción de su primera novela en Londres saltara «la chispa» del vino como conductor de una novela ambientada en el Jerez de la Frontera del XIX.
En la plaza de la Asunción es donde la escritora sitúa el hogar de ella y frente a la fachada repasa en voz alta un fragmento de la historia que la ha devuelto a la actualidad literaria de la mano de Planeta. Larrea, emigrante de regreso tras encontrar fortuna y fracasar en México, se instala en Jerez para tomar posesión de una bodega ganada a altas horas de la madrugada en una partida de billar en un prostíbulo de La Habana. En esos tres escenarios discurre la novela y a los tres viajó la autora para aspirar ambientes, olores e intuir lo que pudieron ser sus calles hace doscientos años. A ambos protagonistas los une de manera indirecta el vino –donde él se inicia para revitalizar una vieja herencia de la familia de Soledad– y una atracción que subyace en cada línea desde que se intuyen por primera vez.
«Shakespeare, Dickens o Agatha Christie ya hablaron del Jerez», evoca la también filóloga inglesa, que atribuye a su afición por el mundo del vino el empuje definitivo para que su tercera novela enraizase. «Misión Olvido» estaba empezando a andar en las librerías cuando la nueva historia se gestó. «He venido muchas veces en dos años y de todas las formas: de tapadillo, con mi marido, en grupo», rememora en las tripas de una de las bodegas emblemáticas de la ciudad gaditana, cuyo origen se remonta también al siglo XIX. Es ahí, última etapa del particular recorrido histórico-literario, entre los figurantes reales imbuidos en las tareas de convertir la madera y el hierro en barrica, donde cualquiera de los recién nacidos personajes parece que fuera a deslizarse de un momento a otro.